En medio de una racha victoriosa y todavía bajo la resaca del
clásico por excelencia del fútbol español, el Mallorca regresaba a
Son Moix dispuesto a prolongar sus números más brillantes. Y lo
hacía en un partido de esos que encuentran acomodo en el calendario
entre la más absoluta frialdad porque ni la entidad del rival, ni
el nombre de sus estrellas, ni los rasgos de su fútbol invitaban a
interrumpir tres días de fiesta para acudir a Son Moix. Por eso
acudieron los de siempre y lo hicieron con el único aliciente de
ver el comportamiento de su equipo al asomarse a una dinámica
triunfalista como la que le rodea.
Después de unos prolegómenos de lo más corriente en los que la
mascota del club, «Dimonió», intentaba elevar el ánimo y la
temperatura de la grada, el balón se puso a rodar sin mayor
incidencia aunque no hubo que esperar mucho para escuchar el primer
estruendo de la afición. Fue a los quince minutos cuando una acción
de Nené -su juego espectacular cada vez conecta más con el
mallorquinismo- acaparó la atención del estadio y acabó
convirtiéndose en el primer y único gol de la tarde.
A partir de ese instante todo pareció cuesta abajo, aunque las
llegadas vallisoletanas también comportaban peligro y algunos
preferían no dar nada por sentado hasta que se materializase la
sentencia.
Después de un descanso en el que el público pudo entretenerse
con las alternativas que se ofrecían sobre el césped, la segunda
parte no deparó nada nuevo. Sólo la confirmación de que el Mallorca
está en el buen camino y de que su masa social se encuentra
satisfecha por el trabajo del equipo.
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