Cúper observa el juego de su equipo desde el banquillo del Ramón Sánchez Pizjuán. Foto: ALEJANDRO RUESGA.

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La mano de Cúper ya se nota en el Mallorca. En sólo cinco días le ha dado la vuelta a la tortilla, ha ordenado el caos a base de orden y coraje y ha encendido la luz después de tres meses en las tinieblas. Cuando marcó el Sevilla, Cúper se puso de pie y animó a los suyos. Lejos de arrojar la toalla, el Mallorca se tiró al cuello de su rival y logró un empate que no le permite abandonar el fondo del barranco, pero sí vislumbrar el futuro con más optimismo en las alforjas (1-1).

Héctor Cúper ha centrado su trabajo en blindar la defensa y poner a todos el mono de trabajo para impedir las escaramuzas del rival más avezado. El técnico argentino, con su eterna enseña del trabajo bien hecho, desquició al Sevilla con su planteamiento. La misma receta de siempre. Taponar el centro del campo y poner candados en torno a la portería. El Mallorca se fajó con fe, con el cuchillo entre los dientes, pero con el añadido de unos toques de seda y lujo cuando les correspondió llevar la iniciativa. Jugadores como Farinós o Pereyra completaron una actuación repleta de luces y salieron de las tinieblas.

Se notaron otras vibraciones en torno a los dos centrocampistas, largamente cuestionados tras una racha de escasa inspiración y desacierto contumaz. Se enchufaron al partido desde el primer minuto y sacaron de quicio al peor Sevilla de la temporada. La solidaridad defensiva, con los cuatro de fondo anclados por delante de Westerveld y Pereyra mirando por el espejo retrovisor, habían convertido en invisible a Casquero, en eterno perdedor a Carlos Aranda y en inservible a Julio Baptista. El grupo de Caparrós no hallaba la fórmula para superar la férrea defensa mallorquina y se acercó más a la reprobación de sus aficionados que al elogio.