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Es un partido de dirección única. Noventa minutos de fiesta o de drama. Sin término medio ni margen para segundas oportunidades. El Mallorca llega a la penúltima cita del curso en su mejor momento, arropado por los números y con la posibilidad de asomar la cabeza a la superficie después de pasarse todo el torneo con el agua al cuello. Hace apenas un mes divisaba al Levante con prismáticos. Incluso se hablaba de «descender con dignidad». Hoy, las sensaciones destilan un aroma de ascenso. Las 500 camisetas rojas que teñirán hoy una grada de Riazor delatan la euforia instalada en la SAD balear en las cinco últimas semanas. Entre un escenario y otro, dos históricas remontadas ante Espanyol y Athletic, un triunfo obligado en Soria y dos empates ante Valencia y Osasuna. Pero ese cóctel de alegrías acabará en el desagüe si el Mallorca no explota su momento hoy en A Coruña ante un Deportivo instalado en la fiesta por el adiós de Fran y Mauro Silva (19.00 horas, Riazor).

El objetivo del Mallorca pasa por adelantar al Levante en la penúltima curva para no depender de terceros en la última jornada. Este final es un calco al de la temporada 2001-02, cuando el grupo entonces dirigido por Tomeu Llompart empató en el Bernabéu en la penúltima jornada, Las Palmas y Tenerife se complicaron la vida, y llegó a la última cita dependiendo de sí mismo. Tumbó al Valladolid, tras remontar en el segundo tiempo, y se acreditó un año más para la Liga de las Estrellas. Esa carambola es la que firmarían hoy todos los mallorquinistas. La víspera arrojó la mejor noticia: la recuperación de Víctor Casadesús. El delantero mallorquín ha abanderado la recuperación del primer equipo desde su estreno ante el Valencia -tres triunfos y dos empates desde entonces- y tratará de mantener ese efecto en Riazor.

En el diván durante todo el curso, el grupo de Cúper ha salido del pozo cuando nadie lo esperaba. Apelando al espíritu del músculo, del amor propio, aliñados con unas gotas de talento, el Mallorca ha resurgido a tiempo para vender caro el descenso. Pero ese tránsito hacia la curación definitiva no depende sólo de su puntería. Una porción notable de su destino se pondrá en juego a la misma hora al otro extremo de la península. Allí, en el Ciudad de Valencia, se disputa un derbi salpicado de sospechas. Los abrazos de sus presidentes en las vísperas desprenden un tufillo desagradable, un olor a contaminación que no ha gustado por aquí. Del Levante-Valencia depende el futuro isleño entre la nobleza de la Liga.