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Fernando Fernández|PARÍS
Pocos pueden dudar de que el 2005 será un año que va a dejar huella en la vida de Rafael Nadal. Y en la de todos los rivales que han ido claudicando ante este fenómeno que se ha propuesto pulverizar todos los registros del tenis mundial. Su hoja de servicios en la temporada 2005 no admite dudas. Cinco títulos -todos sobre tierra batida-, la posibilidad de igualar la fita de Mats Wilander ganando en su puesta de largo en Roland Garros, pero por encima de todo un tenis contundente y un caráctr a prueba de situaciones límite van a llevar a Nadal a la cima de la Carrera de Campeones.

La crónica de este meteórico éxito se empieza a escribir con los albores de la temporada. Doha fue su primera aparición tras haber llevado a España a levantar su segunda Copa Davis. Muchas miradas estaban pendientes del héroe de Sevilla, alejado de su superficie natural, aunque pudo alcanzar los cuartos de final. Sólo Iván Ljubicic consiguió frenarle en seco en plena preparación del Abierto de Australia. Eso sí, en dobles se permitió la licencia de obtener el primer título del curso en compañía de un Tommy Robredo cuya actitud hacia el de Manacor ha variado de manera sustancial a medida que ha ido eclipsando al resto de la Armada, de la que es el líder indiscutible.

En plena gira oceánica, sus problemas físicos le jugaron una malapasada en Auckland. Su mismo verdugo en la final de 2004m Dominik Hrbaty, le llevó a firmar su peor resultado de la campaña. Rafael se despedía en primera ronda y sólo le quedaba concentrar todas sus fuerzas en el desafío que para él suponía el primer Grand Slam.

El tenis regresaba al Melbourne Park con un Open de Australia en el que partía como aspirante a todo. Y así lo demostró hasta que el cuadro le cruzó en octavos de final con un Lleyton Hewitt que cuando juega en casa resulta casi imbatible. El descarado australiano le apeó del torneo,pero a Rafael se le vieron buenas maneras sobre un piso en el que se desenvuelve con enorme comodidad.

El cambio de continente suponía a la par un nuevo aire y la generación de excitantes expectativas. Argentina, Brasil, México... En Buenos Aires comenzó a marcar su terreno sobre el polvo de ladrillo. La otra Armada, la local, se conjuró para evitar que el título volara una vez más para Mallorca. Un contundente Gastón Gaudio (6-0,6-0 y 6-1) le impidió llegar más allá de los cuartos de final, pero lo mejor aún estaba por llegar.

Ronda a ronda, el Abierto de Brasil se acercaba más a su palmarés. Sólo poseía el cetro de Sopot y no era justo. Nadal aplicó el rodillo en cada partido y la final le deparó un encuentro asequible. Una final española que no tenía color y en la que Beto Martín apenas opuso resistencia para permitir a Nadal estrenarse en el concurso individual.

La racha se fraguaba y tuvo continuidad siete días después en Acapulco, donde el Abierto Mexicano acabó por disparar las expectativas del mallorquín, ya colocado en el puesto 31º de la Carrera de Campeones. La Nadalmanía se iba asentando en el circuito, que ya tenía a su nuevo ídolo posicionado.

Llegó Cayo Vizcaíno, el quinto Grand Slam nunca reconocido. Y con él la explosión final, el momento de gloria de un Rafael Nadal que tuvo frente a frente en la final al mejor tenista del planeta, al mismo al que va a desbancar. Por entonces, Roger Federer ya intuía que el balear era la amenaza más firme a su reinado. Tuvo en su mano su primer Másters Series, se puso dos sets arriba, pero el desgaste físico y la falta de experiencia en esas situaciones inclinaron la balanza del costado del tenista helvético, al que Rafa puso contra las cuerdas en un arranque fulgurante.

La ascensión ya era inevitabley Nadal se apoderaba del lugar 17º de la Champions Race. En la Lista de Entradas, el panorama era el mismo, aunque tocaba levantar el pie del acelerador. El momento llegó en Valencia, donde Andreevse apuntaba un tanto ante el jugador del momento.

Ese parón fue lo mejor que le podía pasar al de Manacor, quien encadenó una serie de 23 victorias consecutivas que aún perdura. Con ello, Monte Carlo se rendía a sus pies, marcando a la par su terreno respecto a Guillermo Coria. Ya tenía un Másters Series en el bolsillo, pero Rafael quería más. Cumplió en el Godó y ya iban cuatro títulos. La culminación y cofirmación tuvo que esperar hasta el vibrante choque que significó la final de Roma. Ante Coria también y echando mano de la épica que le dio la espalda en Miami.

Hamburgo significó un punto y seguido. Se tenían que dosificar las energías. Roland Garros bien valía la pena. Y más cuando se vio que Nadal olía a campeón. Burgsmuller, Malisse, Gasquet, Grosjean -con polémica, parón y pérdida del primer set del torneo-, David Ferrer y por último Federer, ni más ni menos que Roger, tuvieron que quitarse el sombrero ante un Nadal que posee un récord de 47-6 y llega más fresco que Puerta a la final. El número uno pasa por lograr la victoria más esperada de su carrera: París.