-Su regreso a los banquillos ha sido fantástico: campeón
de la Copa del Rey y clasificado para la Liga de Campeones. Mejor,
imposible.
-Sí, es cierto que ha ido todo de maravilla porque incluso había
pensado en desconectar de este ciclo. Pero llegó la propuesta del
Betis y opté por regresar a un lugar al que era complicado volver
porque el listón de mi primera etapa había quedado muy alto, con la
tercera posición y el subcampeonato de Copa. Pensar que podía
mejorar ese resultado era impensable, pero lo conseguimos y
rubricamos una temporada histórica.
-Era un poco extraño verle sin equipo, sin entrenar.
¿Cree que no se había reconocido su labor?
-No, porque era una decisión mía y seleccionaba muy bien las
ofertas que me llegaban. Yo hubiera podido entrenar antes si
hubiese querido porque tenía propuestas tanto de Primera como de
Segunda, pero no me interesaban ni a nivel deportivo ni económico.
Por eso dediqué el tiempo a otras cosas: a reflexionar sobre lo que
había hecho, a ponerme más al día, a seguir a entrenadores con
criterios innovadores de trabajo...Estuve en Inglaterra con Arsene
Wenger, en Milanello, en Turín con Lippi. Me fijé en la escuela
holandesa y francesa, sobre todo en lo que se refiere a la
formación. Siempre he pensado que una persona nunca sabe lo
suficiente y es importante tener ese grado de sencillez y humildad
para comprobar que hay otros que también hacen cosas muy buenas y
que te pueden servir en tu trabajo.
-¿Su salida del Barça influyó a la hora de dejar el
banquillo?
-Sí, sin duda que influyó porque había cosas que no me encajaban en
mis principios tantos humanos como profesionales y decidí tomarme
un tiempo de tranquilidad y meditación.
-¿Qué opina de aquellos que le consideran un entrenador
defensivo?
-Que no tienen mucho sentido. Mi espejo siempre ha sido la escuela
holandesa y principalmente Johan Cruyff. Cuando todo el mundo se
iba de vacaciones, yo me iba a ver la pretemporada del Ajax, la
fuente más ofensiva que existía, con aquel 3-4-3. Eso es un
indicativo que demuestra que no soy defensivo. Pero por mucha
mentalidad ofensiva que tengas, si no dispones de los hombres
adecuados para jugar de esa manera es imposible. En el Barça, por
ejemplo, me perdí por un exceso de romanticismo con el fútbol
ofensivo. De lo que se trata es de encontrar un equilibrio. El
entrenador debe saber analizar las características de los jugadores
que tiene y no imponer su estilo por encima de todo. El mérito de
un entrenador es sacar el máximo provecho de lo que dispone.
-Usted cree que le ha costado alcanzar el éxito más que
a otros: por ejemplo, para ganar la Copa del Rey ha tenido que
llegar a tres finales y para volver a entrenar a un equipo estuvo
tres veranos en el paro...
-Es verdad que cuando no has sido futbolista de elite tienes más
dificultades para llegar. Para entrenar en Primera División he
tenido que subir la escalera peldaño a peldaño. No pegué un bote y
ya está. Fue como consecuencia de comenzar en Tercera y subir a
Segunda B; de Segunda B a Segunda A y así hasta que me dieron la
oportunidad de entrenar en Primera División. La vida es así y lo
acepto. Estoy satisfecho de mi carrera como profesional. Habrá ex
futbolistas de élite que tengan más facilidades para entrenar en
Primera, pero yo era un joven de pueblo con mucha ilusión y ganas
al que le acompañó la suerte.
-Qué le parece que el fútbol mire tanto al
marketing.
-No me gusta mucho porque se pierde el encanto, la esencia del
fútbol queda desvirtuada, en un segundo plano y es una pena. De
todas formas, eso son salidas que a veces no salen bien. El Madrid
ha apostado por este estilo y parece que le ha salido mal. Ahora
vuelve atrás, veo que los galácticos son Sergio Ramos y Pablo
García, jugadores de carne y hueso que tienen capacidad de trabajo
y humildad.
-Algunos presidentes argumentan que sin este modelo el
fútbol no es viable
-No es viable porque nadie se conforma con sus posibilidades.
Quiero decir que si un club es modesto, no pasa nada. Aceptar la
realidad no debe ser ningun trauma. Una persona puede llegar a
hacer algo cuando acepta sus limitaciones. Es una torpeza engañarse
a sí mismo.
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