David Cortés, Arango, Nunes y Pisculichi se abrazan tras el gol del argentino. Foto: MONSERRAT

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En sólo dos semanas, Gregorio Manzano ha transformado once fantasmas en un equipo de fútbol. La metamorfosis que ha experimentado el Real Mallorca en los últimos diez días no obedece a ninguna cuestión técnica o táctica, sino a una inyección de autoestima, de amor propio, de psicología. Dijo el técnico jienense que si en el fútbol no funciona el coco, no hay nada que hacer. Pues a este Mallorca le funciona la cabeza y, por lo visto ayer en Son Moix, también las piernas.

El grupo balear desplegó su mejor versión del campeonato, arrolló a un Real Madrid con graves problemas de elaboración y se asomó a la superficie después de cuatro semanas en las cavernas. El triunfo sirve para marcar territorio, acallar a los agoreros y para dejar claro que este equipo tiene más talento que para luchar por mantener la categoría. Sólo había que desabrochar el corsé. Y Manzano lo ha hecho (2-1). El grupo isleño mató en terreno enemigo y sin colgarse del larguero. Una actitud digna y encomiable. Su intento por monopolizar control y balón le salió bien en un segundo acto soberbio. Inolvidable. El Madrid, en cambio, se dejó llevar tras el gol de Sergio Ramos y acabó entregando las armas.

Este Mallorca ha cambiado de aspecto. El equilibrio de Basinas, la seriedad defensiva de Nunes y la rapidez de Pisculichi le han dado la vuelta al calcetín. La receta de Manzano mantuvo al Madrid alejado de la disputa de los puntos. Juntitos atrás y anticipándose en todos los balones divididos, el grupo de López Caro se atragantaba. Con Zidane en el limbo, el conjunto blanco dejó la elaboración en manos de Gravesen y eso hizo respirar al Mallorca. Y es que la atosigante presión sobre el francés establecía un cortocircuito considerable en la creación, agravado por la dificultad de Robinho para progresar por su banda y la voracidad de Cicinho por ocupar el terreno de Beckham, que jugó más cerca de Casillas que de Prats.