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Fernando Fernández|MADRID
Bien entrada la madrugada, un autocar de dos pisos bajaba por La Castellana arrastrando a miles de aficionados al baloncesto. Seguía la noche más larga y después de más de veinte horas de viaje, llegaba la hora de reponer fuerzas. El jolgorio se trasladó desde la Plaza de Castilla hasta el Mesón Txistu, uno de los clásicos de la capital. Tomado por aficionados y efectivos de la Policía Nacional, los Gasol, Calderón, Garbajosa, Navarro y compañía se hacían fuertes para entrar. La prensa no desaprovechaba la ocasión de retratar los últimos brindis de los campeones. Después de varias semanas rodeados de «sushi», unas buenas raciones de jamón ibérico, queso, langostinos y demás manjares cambiaban el rostro de los hombres de «Pepu».

Nada más entrar, Rodolfo y Maite, los padres del primer campeón mundial absoluto del baloncesto balear, le esperaban con ansia. No pudieron estar en Japón, pero no perdieron la ocasión de abrazar a su hijo pequeño. Mientras José Luis Sáez no paraba de recibir felicitaciones y los jugadores de atender a las decenas de periodistas que nos colamos en el Txistu, el cansancio empezaba a hacer mella. Unos querían seguir la fiesta y se impusieron, pero alguno aprovechó un hueco para escabullirse. La Copa Naismith y las medallas de oro eran objetos preciados, que iban de un lado a otro de la mesa de los jugadores, que tuvieron a Rudy como uno de los grandes animadores de la velada.

Todo estaba permitido, pero al día siguiente quedaba el último partido: el de las audiencias oficiales. Agobiados, pero alegres, fueron saliendo mientras directivos, padres y demás siguieron disfrutando de las delicias de uno de los templos gastronómicos de la capital, que abandonaron entre los vítores de los valientes que cerca de las tres de la madrugada les esperaban para apurar la última foto con sus ídolos. Los rostros de Rudy y compañía a primera hora de la mañana de ayer dejaban claro que necesitaban tiempo para recuperar sueño. Cuarenta y ocho horas de infarto, vividas al límite, les habían llevado a la cima del mundo. Y les habían fundido.