Jorge Lorenzo festeja su victoria desde el balcón del Consolat de Mar. Foto: MONTSERRAT T. DÍEZ

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El 30 de octubre de 2006 se clavará en la memoria de los aficionados como el «el día de Jorge». El campeón del mundo de motociclismo en la categoría de 250 centímetros cúbicos se bajó de la moto tras una temporada agotadora y llegó ayer a Mallorca para disfrutar y compartir su corona junto a los aficionados de la Isla que le vio nacer, hace ahora diecinueve años y ciento ochenta días. El piloto balear vivió la jornada más ajetreada de su vida, pero el esfuerzo valía la pena. Viajes, recibimientos, caravanas moteras y entrevistas, muchas entrevistas. Nadie quería apartarse del rey en el día de su proclamación definitiva.

Giorgio se despertó muy pronto en Valencia, pero un par de horas más tarde estaba ya en Barcelona y mediada la tarde llegaba a Ciutat, donde le esperaba el plato fuerte de la jornada. Se trasladó a la capital balear en un avión en el que viajaba junto a su gente de confianza, aquellos que están siempre a su lado a lo largo de la temporada y al contactar con el territorio isleño comprendió que no se trataba de una visita más. Sonriente, relajado y acompañado en todo momento por su manager, Lorenzo no paró de firmar autógrafos, de saludar a la gente que se iba cruzando a su paso. Antes, ya había tenido que lidiar con una gran nube de periodistas que, como confesó después, le intimidó desde la distancia. «Parece que ha llegado el Rey de España», bromeaba desde una improvisada tribuna de oradores de la terminal. «El otro día dije que me sentía como el presidente del Gobierno, hoy como el Rey y mañana seré Dios», recogió en otra de sus perlas. Poco importaba. Jorge volvía a mostrar su cara más amable y se preparaba para subirse al autocar que le esperaba en el exterior para iniciar un recorrido muy especial por las calles de su Palma natal.

Flanqueado por un impresionante séquito de moteros, Lorenzo y los suyos se trasladaron al corazón de la ciudad entre gritos que le recordaban su hazaña una y otra vez. Desde la parte superior del vehículo, acompañado por familiares y periodistas, realizó un recorrido por las zonas más representativas de Palma en el que disfrutó saludando a los aficionados, lanzando camisetas y ondenando una bandera mallorquina. Su bandera. Tras detenerse en los puntos estratégicos y acercarse aún más a esa masa que ha empezado a idolatrarle, Lorenzo y su título se encaminaron hacia la sede del Govern, donde le esperaba la parte más oficial de las celebraciones. Allí se concentraban un buen puñado de aficionados y las principales autoridades políticas de la Comunitat: el presidente del Govern Jaume Matas; la presidenta del Consell de Mallorca, Maria Antónia Munar, y la alcaldesa de Palma, Catalina Cirer. Desde el balcón del Consolat, el próximo número 1 de los 250 centímetros cúbicos saludó a las alrededor de trescientas personas que se agolpaban a sus pies con los brazos en alto. El piloto se abrazó a su madre y gritó: «Campeones», mientras los presentes le aclamaban coreando su nombre: «Jorge, Jorge». Tras recibir sendas placas, se dirigió al público y, después de saludar a los aficionados con un «bona nit», gritó: «Por fin, ya lo tenemos, somos campeones del mundo». Esta es «una noche especial», porque ha ido precedida de «muchos años de sacrificio», dijo Lorenzo, que rememoró que entrena «desde los 5 o 6 años» para divertirse y porque le gustan las motos y para «cumplir este sueño que por fin es una realidad». Mientras pronunciaba su discurso, fue interrumpido en numerosas ocasiones por el público, que mostró su admiración por el joven campeón mundial con gritos de «campeones, campeones».