Maxi López se encara con el centrocampista francés del Altético, Luccin, ayer, en el ONO Estadi. Foto: MONSERRAT

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Anoche condujo el balón, marcó el ritmo, pero se ahogó una y otra vez cuando se acercó a la orilla. Ante un Atlético refugiado tras un andamiaje cosido a base de músculo, el equipo de Manzano ejerció un gobierno liviano y estéril, insuficiente para revalorizar sus acciones. Nueve jornadas después, salta a la vista que el Mallorca anda reñido con el gol. Acumula cuatro partidos consecutivos mostrándose impermeable, pero continúa enredado ante la ecuación de siempre. Su entrenador prueba cosas.

Mueve piezas y revisa los dibujos, pero nada parece surtir efecto. No es la pizarra lo que falla. De hecho, es probable que ayer Manzano utilizara casi todas las combinaciones ofensivas que le permite su equipo. Jankovic, Kome, Jonás, Arango, Víctor, Diego Tristán, Maxi López... intercambiaron posiciones y revisaron sobre la marcha la propuesta balear, pero el resultado siempre fue el mismo. El Mallorca ventiló las escasas oportunidades que le concedió el Atlético de mala manera o enredado en la telaraña que tejieron Costinha, Luccin y Maniche en la sala de máquinas.

No hubo manera, el Mallorca aceleró desde el inicio, buscó grutas por los flancos, especialmente por el carril derecho, donde actuaba Bosko Jankovic, pero casi todo fueron fogonazos. La jerarquía que impuso acabó siendo blanda y su discurso se fue diluyendo a medida que avanzaron los minutos. Enérgico e impetuoso en su salida, especialmente durante los primeros veinte minutos, el Mallorca se fue apagando poco a poco.