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Son Sant Joan volvió a sufrir ayer los efectos de la Barçamanía. Cerca de trescientos aficionados del conjunto azulgrana se reunieron en la terminal palmesana para darle la bienvenida a los hombres de Rijkaard y pasar unos segundos junto a sus ídolos, que desfilaron a gran velocidad ante ellos camino del autocar. Una vez más, los incondicionales del conjunto azulgrana se movilizaron para elevar la temperatura del choque de hoy, aunque en esta ocasión la afluencia de seguidores fue inferior a la de otros años, seguramente debido a la ausencia de jugadores tan carismáticos como Samuel Etoo o Leo Messi.

La expedición barcelonista contactó con el suelo balear poco antes de las siete de la tarde. Jugadores, cuerpo técnico y directivos llegaron a Ciutat en un vuelo chárter que les traía directamente de la Ciudad Condal y se hicieron esperar más de lo previsto en el interior del recinto aeroportuario, donde los padres y niños se agolpaban tras la barrera de seguridad que se había preparado para evitar incidentes y, sobre todo, el contacto entre los dos bandos.

La locura se desató cuando un destacado grupo de personas, vestidas en su mayoría de granate, se dejó ver tras la cristalera de llegadas. Los aficionados los reconocieron rapidamente desde la distancia como los futbolistas del Barça y tras desenfundar sus cámaras y teléfonos móviles empezaron a tomar posiciones y a presumir de bufandas, banderas y todo tipo de motivos barcelonistas. Los decibelios subieron de repente.

Zambrotta, el ex mallorquinista Santi Ezquerro y Oleguer Presas abrían la comitiva y tras ellos, en un pelotón bien agrupado, circularon el resto. Los más aclamados fueron los de siempre: Xavi, Iniesta, Deco y Puyol, que recibió el calor de los mallorquines tras haber perdido recientemente a su padre en un desgraciado accidente laboral.

Cuando todo parecía acabado llegó la explosión definitiva. Ronaldinho, que hasta ese momento no se había dejado ver, apareció tras la polvareda que levantaron sus compañeros y a partir de ahí fue el único protagonista. Acompañado de Albert Jorquera y cubriendo su rizada cabellera bajo un curioso turbante azul, el brasileño provocó el caos mientras una nube de fotógrafos ralentizaba sus pasos. La pasión llegó incluso a desbordarse y un joven aficionado obvió el cordón de seguridad para acercarse al crack y pedirle que le firmara el balón que llevaba entre manos. El seguidor fue reducido de forma instantánea y se llevó una gran bronca de los policías presentes. El tumulto sirvió para que Rijkaard y su inseparable Johan Neeskens pasaran casi desapercibidos y subieran al autocar sin problemas.