Toni Prats, Fernando Navarro y Guillermo Pereyra, en un lance del partido. Foto: MONSERRAT

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Fue un ejercicio de suficiencia, un tímido despliegue de medios. Al Barça no le hizo falta mucho más. El equipo de Rijkaard racionó la gasolina sin excesivo disimulo en Mallorca y pasó por encima de su adversario con un par de golpes de Gudjohnsen. Cuestionado durante los últimos días, el atacante islandés se reivindicó con un par de detalles de nueve clásico. Primero aprovechó un desajuste de la defensa balear y después optimizó un milimétrico centro de Iniesta para dejar en evidencia a Varela y Ballesteros. El grupo de Manzano nunca se repuso a la fusta de Gudjohnsen, entre otras cosas, porque fue muy previsible. Plano, casi siempre.

El castigo del Barcelona, excesivo por el gesto cansino que aplicó a su fútbol durante muchas fases del partido, dejó en entredicho la buena fama de la defensa local y originó el primer golpe serio a un equipo que hasta ahora no había enganchado dos derrotas seguidas. Enérgico en su salida, el Mallorca arrastró problemas durante toda la función. A sus futbolistas les costó demasiado interpretar el plan de Manzano, que pretendía controlar la sala de máquinas y sujetar a Deco e Iniesta. Por eso recurrió de nuevo al doble pivote (Basinas y Pereyra) y entregó la batuta a Ariel Ibagaza. Pero el Mallorca fracasó en sus objetivos primarios y de paso se partió en dos.

El paradigma de esta situación fue Maxi López. El argentino se hartó de correr hacia delante y hacia atrás, pero siempre se sintió solo. Juan Arango, perdido por el ala izquierda, apenas entró en juego y las arrancadas de Bosko Jankovic pronto perdieron efecto, justo cuando Márquez acudió al auxilio de Van Bronsckhost. Ibagaza apenas conectó con Maxi, el único delantero que Manzano alineó de salida, y cuando lo hizo la portería quedaba lejos. Muy lejos.