El árbitro Clos Gómez y sus auxiliares abandonan el campo escoltados por las fuerzas de seguridad. Foto: MONSERRAT
Era el día perfecto para ganar en casa: un estadio entregado, dos goles de ventaja, un rival tocado y una motivación extra mirando desde el cielo... Hasta que surgió un intruso inesperado. Cuando nadie le había invitado a la fiesta, Clos Gómez se presentó en la casa para apagar la música y cerrar el chiringuito. Su tarjeta de presentación asustaba: cinco victorias foráneas en cinco partidos dirigidos. Su simple presencia en el campo imponía respeto. Poco a poco, el árbitro tumbó al campo hacia la variante, su signo favorito, con una serie de faltitas al borde del área de Prats y un par de tarjetas que calentaron los ánimos y que sembraron la raíz del empate, una presunta falta dentro del área que convirtió Perera desde el punto de penalti (2-2).
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