Soplan vientos de crisis. El Mallorca languidece y sus problemas se amontonan. Incapaz de administrar sus dividendos, el grupo de Manzano volvió a dejar claro que su estadio es un chollo. Poco importa el aspecto de su adversario. Ocho partidos después, el libro de ruta de la escuadra balear exhibe un bagaje escaso y aritméticamente trágico. Convertido en un equipo propenso al suicidio, el Mallorca se quedó esta vez sin coartada. Simplemente se esfumó del partido en la segunda parte y agasajó al Racing con el triunfo.
Quizás el Mallorca se ha convertido en una víctima del pánico. Tiembla cuando el partido se pone franco y eso deja en mal lugar a un buen puñado de sus futbolistas, incapaces de enfriar la función cuando el guión lo precisa. Ayer, un simple movimiento de Miguel Àngel Portugal -Colsa al banquillo, Scaloni en el centro del campo y Balboa por el flanco derecho- desquició al Mallorca y alteró sustancialmente el rumbo de un partido que había caminado en una sola dirección. De nada sirvió la irrupción de Víctor Casadesús y la revolucionaria propuesta de Manzano. Su equipo tembló con el empate de Rubén (minuto 63) y acabó desmoronándose con el paso de los minutos.
Entre acto y acto, el contraste fue descomunal. Serio y eficaz en la sala de máquinas, el Mallorca no tuvo excesivos problemas para hacerse con el mando del partido a las primeras de cambio. Basinas, Jordi López, Jonas Gutiérrez y también Bosko Jankovic se adueñaron con autoridad del centro del campo y convirtieron al Racing en un equipo totalmente inofensivo. Desconectado, el cuadro cántabro apenas asustó. Intentó mandar un par de telegramas a Zigic, su gran referencia ofensiva, pero apenas recibió alguno.
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