Bosko Jankovic se santigua de rodillas tras marcar el segundo gol del Mallorca. Foto: MONSERRAT

TW
0

Manzano empleó el descanso para lanzar un mensaje. Dejó en la caseta a Basinas y metió en la arena a Jankovic. Toda una declaración de intenciones. El cambio desembocó en la mejor segunda parte de la temporada. En cuarenta y cinco minutos de vértigo, vividos a toda velocidad. Con tres goles, un larguero, dos paradas prodigiosas, una tangana de órdago y la grada arrojando chatarra sobre Arango, que no participó de la fiesta. En esta bendita locura, en el intercambio de golpes del segundo acto, cualquiera pudo caer a la lona.

El Zaragoza golpeó primero. Pero el Mallorca se levantó de inmediato gracias a Nunes. En los postres de la cita, Ariel Ibagaza dejó la guinda. El Caño destrozó la cintura de Diogo, cedió atrás y Jankovic selló uno de los golazos del año. Se quitó la camiseta, señaló su espalda reivindicando más oportunidades y se puso a correr ante una hinchada excitada. La victoria le permite al grupo isleño escapar del fango, encadenar su segundo triunfo seguido en casa, acallar a los agoreros y cargarse de moral de cara a las próximas refriegas. (2-1).

Condenado a las galeras de la suplencia en las últimas jornadas, el serbio es un diamante en bruto. No es un goleador, pero vive para el gol. Tiene la portería en su cabeza. Tira desde cualquier posición y casi siempre crea peligro. Pisó el campo en el segundo acto y se apoderó de todos los focos. Antes de ese gol lo había intentado desde todas las posiciones. Incluso con una tijera que pifió y le costó un durísimo golpe en las costillas. No se arrugó. Vio la jugada de Ibagaza, sacó su fusil y disparó.