Arango y Pereyra celebran uno de los goles del Mallorca durante el partido disputado ayer en el ONO Estadi. Foto: MONSERRAT

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El Mallorca divisa la calma. A base de fútbol, el grupo balear capturó un botín cuya envergadura se comprobará con el paso del tiempo, pero que se adivina fundamental para sentar las bases de la permanencia. El triunfo es incontestable a juzgar por lo ocurrido sobre el terreno de juego. El conjunto isleño pasó por encima de un rival más endeble de lo esperado y filmó sus mejores capítulos del campeonato en casa. Sin embargo, y para no perder la costumbre, fue incapaz de resolver el encuentro.

En plena zozobra local, que se tumbó a la bartola ante la falta de molicie, Kapo acortó distancias y metió el miedo en el cuerpo. La angustia se redujo a cenizas con el golazo en el descuento de Arango, que vivió una tarde de amor y odio con la hinchada (3-1). De inmediato, el Mallorca encontró a un amigo en el lateral izquierdo y comenzó a tumbar el campo a ese costado. Jonás encontró una autopista en el carril de Harte. Por ese agujero penetró también Víctor, que se reivindicó con un gol de play station y un partido de lujo.

En el ecuador del primer acto, la tarde comenzó a despejarse. Ibagaza alegraba la vista con su toque, Jonás dejaba en evidencia la lentitud de Harte en cada acción y los desmarques de Víctor provocaban desajustes en la zaga visitante. El Mallorca había tumbado el campo con criterio. Ni siquiera la lesión de Nunes, sustituido por Ramis, alteró los planes.