Víctor Casadesús y Juan Arango, durante la sesión preparatoria de ayer en la Ciudad Deportiva. Foto: MOSERRAT

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Carlos Montes de Oca / Miquel Alzamora
El pasado 11 de febrero, en el minuto 76, el cuarto árbitro levantó la pizarra electrónica con el «18». Su portador abandonó el terreno de juego con un trote cansino que desesperó a la grada. Ajena a la lesión del protagonista, que se marchó como alma en pena cuando el marcador era de empate (1-1), la hinchada cargó toda su ira contra él y escenificó la ruptura de la relación. El pasado domingo, tras fallar una ocasión sin portero a dos metros del arco y esconderse después tras la portería simulando una grave lesión, el divorcio fue total. La grada castigó a Juan Arango con una bronca de época cuando regresó al césped. Jamás en el ONO Estadi se había producido una reacción similar en contra de un mallorquinista. Una hora después, el maracayero le echó el lazo a la victoria (3-1) ante el Levante. Un golazo clave que la hinchada celebró alborozada, pero él ni se inmutó. Agachó la cabeza y bajó los brazos. Incluso Ballesteros le levantó uno de los puños en señal de victoria. Pero Arango paseó toda su tristeza. Ladeaba la cabeza en señal de disconformidad cuando sus compañeros le invitaban a compartir el éxito, a disfrutar del gozo de la hinchada por un triunfo que allana el camino.

El castigo de la hinchada hurgó en el ánimo de un futbolista introvertido, un tipo que ha pasado de ser el jugador franquicia a convertirse en el centro de todas las críticas. Arango achaca aculebrón del pasado verano como el origen de su desgracia. Entonces, mientras negociaba su renovación y mejora de contrata y coqueteaba con el Betis, soltó unas explosivas declaraciones en Kössen. El venezolano calificó de «miseria» la propuesta de la entidad y se armó el belén. Semanas más tarde, con una disculpa pública en la web de la entidad incluida, el futbolista selló su continuidad y se convirtió en el segundo jugador mejor pagado de la entidad tras Maxi. Su rendimiento ha marcado el resto. A pesar de contar con la confianza de Manzano -hasta la semana pasada era el único jugador que había disputado todos los partidos desde la llegada del técnico jienense-, Arango no ha marcado la diferencia. De hecho, el tanto del pasado domingo es el primero que consigue en casa en toda la temporada. Los silbidos se han convertido ya en una rutina para el futbolista, un castigo que le ha empujado a plantear su futuro, tal y como admitió al término del encuentro ante el Levante. Lógicamente, el divorcio entre el crack y la grada monopolizó el día después a la victoria. Incluso hubo pancartas de ánimo en las instalaciones de Son Bibiloni. «Gracias, Arango; ánimo Tristán», rezaba una de ellas. El plantel arropa al futbolista. Todos le consideran una pieza fundamental. Jonás Gutiérrez, que asistió a Arango en la tristemente famosa jugada de la ocasión desperdiciada, opinó sobre su compañero: «El partido que hizo Juan fue muy bueno, tuvo esa desgracia en esa jugada, pero hizo un encuentro excelente, trabajó muchísimo y está como todos». Al respecto de su estado de ánimo, apuntó: «Estaba normal, se encontró que lo pitaron en un tramo de partido y tenía un poco de bronca, pero sólo eso. Seguro que las cosas les saldrán mejor, que es lo que él quiere y queremos todos. No veo bien los silbidos, pero es una situación para liberar un poco la tensión en la grada. Juan -prosiguió Jonás- no quiso fallar el gol y luego tuvo la posibilidad de hacer el tanto que logró. Es importante para el jugador sentirse apoyado en todo momento, es es lo más importante».