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Vallecas, domingo 29 de junio de 1997. Después de 180 minutos de agonía, el Mallorca cerraba con violencia la puerta de la Segunda división y se acomodaba en el ático del fútbol español tras cinco años de amarga travesía por el desierto. Mientras los aficionados invadían la Fuente de las Tortugas y empezaban a colapsar las calles de Palma para celebrar la gesta, el club bermellón daba un notable salto de calidad en sus aspiraciones y accedía, casi sin saberlo, a la época más excitante de su accidentada historia.

Analizando sus consecuencias, podría decirse que el gol de Carlos Domínguez es uno de los más relevantes en la vida del mallorquinismo. Además de permitir al equipo instalarse de nuevo entre los grandes, le introdujo en una espiral triunfalista que comenzó a cobrar forma unos meses más tarde y que, a día de hoy, se sigue extendiendo con distinta intensidad. El histórico tanto del sevillano no sólo aclaró un panorama especialmente confuso, sino que propició una profunda remodelación deportiva que llegó al banquillo y a todos los rincones del vestuario.

Dos meses después de aquella inolvidable función vallecana, la cotización del Mallorca subió como la espuma. Se encomendó a la figura de un desconocido, Héctor Cúper, forró al equipo a base de descartes y en apenas un par de capítulos se granjeó el respeto de toda la categoría. Acabó el campeonato en el quinto puesto, disputó su segunda final de Copa de Rey ante el Barcelona y obsequió a la hinchada con varios momentos de gloria. A la conclusión del ejercicio daba la sensación de que el conjunto balear había tocado techo, pero el espectáculo no había hecho más que empezar. La tercera posición de la temporada siguiente, unida al sorpredente debut europeo (perdió la final de la Recopa frente al Lazio) dispararon la imagen de un equipo que dejó de mirar hacia abajo para fijar la vista en los puestos de honor.

Y es que las luces han dominado a las sombras a lo largo de estos diez últimos años. En ese tiempo, el club ha echado raíces entre la aristocracia del balompié nacional, pero además ha disfrutado de una serie de lujos que parecían inalcanzables desde cualquier punto de vista. Ha pisado en dos ocasiones el podio de la Liga (1998-99 y 2000-01), ha levantado la Copa del Rey (2003) y no sólo ha inscrito su nombre en la Liga de Campeones (2001-02), sino que ha paseado su fútbol por todas las competiciones continentales posibles, algo inimaginable hace ahora una década. Todo ello con la colaboración de futbolistas de talla mundial y la batuta de técnicos de prestigio.