Hasta la fecha, la única preocupación del mallorquín parece ser el irregular clima londinense: «Prefiero el sol, y no esta lluvia y este viento», admitió Nadal, en alusión a los frecuentes parones en los partidos a causa de las inclemencias del tiempo.
No defraudó en su cita debut en esta edición. Tampoco dejó que la enorme presión mediática trastocara su concentración para avisar, con un juego contundente en la pista central, de que por segundo año consecutivo su nombre sonará con fuerza en el cuadro.
Sin embargo, el número dos del mundo reitera sin cansarse que esta fase inicial «es sólo la primera ronda». No quiere agobios.
Ya no es de la opinión de que la hierba es sólo apta «para el Real Madrid -club al que Nadal profesa una auténtica devoción- o para pasto de las vacas», como recordaba ayer el diario británico «The Independent».
Aunque no parece que el balear vaya a cambiar de superficie preferida, dada su manifiesta predilección por la tierra, donde se mueve como pez en el agua, sus despliegues magistrales en césped han bastado para demostrar que se ha convertido en un jugador de hierba sobresaliente.
Con tres Roland Garros en su bolsillo, y 22 títulos en total en su palmarés, a sus 21 años, Nadal aspira ahora a equiparar la hazaña de Bjorn Borg, que logró ganar en París en cuatro ocasiones consecutivos (desde el año 1978 hasta el 1981) y que, además, se proclamó campeón en Wimbledon cinco años seguidos, desde el 76 hasta el 80.
Las bazas del mallorquín continúan siendo las de siempre: una ambición desbordante, su gran y admirable determinación, además de un innegable talento natural con la raqueta.
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