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El Mallorca sigue metido en un atasco de tamaño gigante. Desde el pasado 21 de octubre, cuando ganó en el Nuevo Colombino (0-2) y empezó a relacionarse con la nobleza de la Liga, el equipo ha dormido entre la bruma, bajo la humedad de una de las rachas más devastadoras que ha padecido en los últimos tiempos. Sólo ha ganado uno de sus diez últimos compromisos del campeonato doméstico (el 24 de noviembre en Sevilla, 1-2) y de no ser por el bálsamo copero del pasado miércoles, sus niveles de confianza estarían bajo mínimos. La segunda mitad de la clasificación se encoge y el motor de los de Manzano sigue funcionando al ralentí. Un mal síntoma que habría que minimizar rápidamente para recuperar la ilusión, o al menos, evitar la presión asfixiante de otras temporadas.

A pesar de sus numerosos intentos, los baleares no levantan cabeza. Iniciaron el campeonato con la sonrisa dibujada en el rostro y la sensación de que Europa no estaba muy lejos. El espectacular triunfo sobre el Levante (3-0), el empate del Calderón (1-1) o las remontadas ante el Getafe y el Valladolid (4-2) escondieron bajo la alfombra el sufrimiento de años anteriores y rescataron las aspiraciones más ambiciosas de un grupo hambriento y soñador. Sin embargo, esa dinámica ganadora empezó a perder el gas al regreso de Huelva. El equipo, condicionado también por algunas decisiones arbitrales, empató ante Espanyol (2-2) y Deportivo (1-1) y ascendió las rampas más duras del torneo con demasiado peso en la mochila. Tanto, que pese a su voluntad no pudo hacer nada para frenar a Valencia (0-2) y Real Madrid (4-3). La visita a la acera sevillista de la capital hispalense suavizó el bache de manera notable, pero al darse de bruces contra el Murcia volvió a la realidad (1-1). Después fracasó en Santander (3-1), fue incapaz de abrir la lata del Athletic (0-0) y sufrió el enésimo patinazo de su historia en el Reyno de Navarra (3-1). Además, entre asalto y asalto se coló una lamentable función copera escenificada también en Pamplona que estuvo a punto de aplazar hasta el curso que viene el sueño de la afición.

Ahora el Mallorca está obligado a dejar sobre la mesa su interés por alcanzar la UEFA para centrarse exclusivamente en hacerle un nudo a la permanencia, que este año se venderá más cara que nunca. Y es que del octavo puesto hacia abajo hay once equipos concentrados en un margen de tan sólo cuatro puntos, un dato que invita a la reflexión y que obliga a levantar de nuevo la guardia. Los veintiún puntos que administran los isleños en su cuenta corriente son insuficientes para difuminar la amenaza del descenso y el calendario que se aproxima no parece especialmente plácido. El jueves llega el Madrid para ponerle precio a la Copa y sólo un par de días después la plantilla viajará a Zaragoza para cerrar la cortina de la primera vuelta. Sin apenas tiempo para coger aire, los bermellones completarán su eliminatoria ante el actual campeón de Liga y jugarán otra vez a domicilio ante el Levante, para recibir siete días más tarde a un Atlético dispuesto a oficializar su candidatura a la Liga de Campeones y hacer a continuación una escala en Villarreal. El Mallorca está obligado a medicarse para salir cuanto antes de la depresión que le acosa.