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Si Arango marca, el Mallorca está a salvo. La puntería del venezolano se ha convertido en una de las mejores coartadas del conjunto balear, que ha puntuado en veintiséis de los veintiocho partidos en los que el caribeño ha marcado desde que aterrizó en la Isla, durante el verano de 2004. El último ejemplo es del pasado fin de semana. El internacional vinotinto, inmerso en una de las fases más negras que ha protagonizado como jugador rojillo, despertó en el cuartel general del Getafe y reclamó el papel que le corresponde. Goleador, asistente, líder y salvavidas. Un lujo, aunque a veces resulte demasiado caro.

Sea como sea, Arango parece empeñado en monopolizar portadas en los periódicos y minutos en los informativos. Sus actuaciones, para bien o para mal, suelen generar intensos debates a su alrededor y la indiferencia nunca ha sido su compañera de viaje. La genialidad y la capacidad de desequilibrio que distinguen a su juego conviven con la frialdad que destilan todos sus movimientos. Sólo él es capaz de intercambiar los roles de héroe y villano en apenas unas horas.

Llegó a la Liga como un desconocido, pero le bastaron un par de meses para salir del anonimato y asumir el papel de estrella que en Son Moix había dejado libre Samuel Etoo. El Mallorca le reclutó del fútbol mexicano gracias a las referencias emitidas por Benito Floro y a diferencia de lo que le sucede a otros jugadores sudamericanos, no necesitó muchos partidos para adaptarse a las exigencias del club y el torneo. Cerró su primer ejercicio con seis goles en las alforjas (se perdió un tramo importante de la competición por aquella terrorífica acción de Javi Navarro) y dejó un balance de trece puntos. Su único tanto inútil lo fabricó ante la Real y cuajó un excelente epílogo de campaña.