Borja Valero celebra alborozado el espléndido gol que firmó en el Ono Estadi y que supuso el empate mallorquinista. Foto: DANI CARDONA

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Sólo el líder menos creíble que ha dado la Liga podía detener al Mallorca más saludable del último lustro. El Madrid, agachado, tartamudo, y sin alma, se llevó anoche a casa uno de los puntos más sabrosos que ha probado en sus desplazamientos recientes. Sobre todo, porque había tenido delante a un Mallorca gigante, a un conjunto sin freno que fue ganando volumen a medida que el partido se le echaba encima. Los de Manzano se zamparon a los de Schuster por cuarta vez esta temporada y aunque en esta ocasión el resultado no lo refleja, se fueron a la cama vencedores. Si mantiene este grado de compromiso, queda mucho tiempo para mirar hacia arriba. Ahora ya no hay dudas (1-1).

Uno y otro equipo se presentaron sobre la arena dispuestos a incorporarse al partido por carreteras distintas. El Madrid pedía la pelota, la guardaba y la moldeaba con gusto, aunque era menos peligroso que un perro de porcelana. El Mallorca, en cambio, se arremangaba en defensa, medía con precaución todos sus movimientos y saltaba como un resorte a la contra cada vez que su anfitrión se lo permitía, y eso sucedía con cierta frecuencia. Los blancos dominaban la posesión y los rojillos el cuerpo a cuerpo. En una orilla, Robben era el único que se atrevía. En la otra, cada ataque levantaba una polvareda. Daba la sensación de que Mallorca estaba fabricando el gol de forma artesanal, pero estuvo a punto de conseguirlo antes de lo esperado, concretamente cuando el primer tiempo doblaba la esquina. Güiza contactó con el cuero en la frontera del área tras burlar a su sombra blanca, se giró en una sola baldosa y se le apareció la figura de Ibagaza, que levantó la pared perfecta. El arquero miraba por primera vez a Casillas, pero le entró vértigo y su disparo, sesgado y feo, se fue a la pista de atletismo sin encontrar obstáculo alguno por el camino. El Mallorca arrojaba al contenedor una bala de plata y mientras la grada rugía para lamentarse, Manzano recibió el segundo bofetón de la noche. Ramis, el baluarte defensivo de las últimas jornadas, se dañaba el tobillo en una mala caída y tenía que abandonar el campo. Afortunadamente, el Madrid no aprovechó el descontrol del momento y David Navarro, el recambio escogido, tuvo tiempo de aclimatarse al encuentro sin presión.

A partir de ahí, el combate se fue degradando para los baleares, que se fueron del cuadrilátero para invertir su tiempo en protestas contra el colegiado. ¿Los motivos? Hubo varios. El primero, una falta de Arango sobre Sergio Ramos que Daudén señaló mucho antes de que Fernando Navarro batiera a Casillas. El gol, que nunca llegó a serlo, no se clavó en el marcador y sólo sirvió para que el Mallorca perdiera un poco el norte.

Cuando la marea bajó y el guión se acercaba al descanso el Madrid sacó el martillo. Eso sí, con la ayuda de Fernando Navarro. El lateral catalán se salió de su zona, perdió el balón y en lugar de recuperar el puesto dejó abierta la puerta del flanco izquierdo. Robben, que pasaba por allí, sólo se topó con Basinas y le pasó por encima gracias a la mejor jugada que ha firmado hasta ahora al servicio del conjunto merengue. Su pase lo desvió Moyà, pero fue a parar a los pies de Sneijder, que sólo tuvo que empujarla. La primera en la frente.

El ONO Estadi no encajó demasiado bien el golpe y sus gradas se incendiaron cuando Cannavaro sacó a pasear el brazo derecho para cortar un envío de Varela en uno de los costados del área. La jugada cerró el primer tiempo y la temperatura seguía subiendo.