Dani Güiza celebra el segundo gol de la selección ante Grecia, ayer, en Salzburgo. Foto: JUAN CARLOS CARDENAS/EFE

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Roberto Morales|SALZBURGO
España superó el trámite y despidió a la Grecia más endeble de la última década, con un triunfo luchado hasta el último segundo por el equipo de suplentes, en el que se reivindicó Xabi Alonso, mirando de reojo a los ansiados cuartos de final, con la temida Italia en el horizonte. Con el pase como primero en el bolsillo, Aragonés dio la oportunidad a los suplentes y evitó riesgos innecesarios de los titulares. La actual campeona de Europa medía el nivel de «los otros». Salvo Xabi Alonso, nadie brilló, mostrando una distancia abismal de titulares a suplentes. En cuatro días, la campeona del mundo, Italia, examinará a la España verdadera. La de Villa y Torres, la que enamoró con su juego en el estreno ante Rusia y se agarró a la fortuna en el sufrido triunfo ante Suecia.

Nacía el duelo sin tensión. Con nada en juego, el orgullo de los griegos podía a la calidad de los españoles. Iniesta estaba obligado a mejorar y junto a Xabi Alonso, protagonizaron lo poco salvable del primer período. Los suplentes demostraban su rol. Indudable su hambre, entremezclado con la falta de experiencia con la 'roja', ante Grecia que salió con todo.

Las acciones que inventaba Iniesta morían en las botas de Güiza. Así, las ocasiones de España se basaron en disparos de Xabi Alonso. Rozó el gol en un gesto técnico de calidad, lanzando desde el centro del campo al ver adelantado a Nikopolidis. El portero griego fue el gran protagonista. Era su adiós. Jugaba su partido 90 y representa el fin de un ciclo de una selección que tocó el cielo en la última Eurocopa, en Portugal. Ayer contrarrestó con coraje su falta de calidad. Grecia creó peligro sólo en acciones a balón parado, en las que había incidido Luis Aragonés. Así llegó el gol inapelable de Charisteas. Otra vez Charisteas. Hizo el tanto del empate en Portugal, ayer remató con potencia, de cabeza, un centro medido de Karagounis. Imparable para Reina.

España aún protestaba un posible penalti sobre Iniesta, cuando se dirigían al vestuario donde Luis tenía consignas urgentes que comunicar. Había que chutar más a puerta. Desde la grada se pedía coraje. No era ese el problema. El 4-1-4-1 acumuló jugadores del mismo corte en el centro del campo y la isla de Torres pasaba a ser la de Güiza.