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En la arena de la Platja de Palma y en todo su paseo había vida más allá de la Eurocopa, pero poca. Muy poca. La mayoría de almas estaban poseídas por la fiebre futbolística de la Eurocopa y en el particular Fanzone alemán de Mallorca todas se concentraban en el MegaArena y en los biergarten de la popular «calle del jamón», entre las larguísimas pajitas de colorines, las jarras inmensas y con el inconfundible aroma a salchichas y kebab, aunque también la aglomeración disparó el mercurio de los termómetros y el desodorante perdió su efecto.

El «¡Deutschland, Deutschland!» insuflaba ánimo en busca del tor (gol en alemán) de la igualada. Decayeron pronto los decibelios que habían sido atronadores durante un himno germano que parecía poner en ventaja a los hombres de Low. España les daba respeto y se notó. Turistas españoles instalados en la zona y grupos de aficionados de la Isla que acudieron a 'territorio hostil' atraídos por el morbo y la posibilidad de 'recochineo' se infiltraron entre las banderas y camisetas alemanas. También infiltrado estaba un grupo de jóvenes nacionalistas, que por espacio de dos horas defendieron los colores de aquellos súbditos alemanes a los que en ocasiones denostaron por la masificación turística y el consumo del territorio.

Son rubios, altos, de ojos azules, la mayoría parecen más fuertes y encima, como decía Lineker, siempre ganan, pero ayer los que crecieron unos centímetros y pasearon con el pecho hinchado fueron los aficionados españoles. Algunos incluso lo hincharon demasiado cayendo en la provocación con la victoria, pero tras apurar las cervezas o la sangría con el sinsabor de la derrota los germanos se apuntaron a entonar el que «¡qué viva España!» acompasando con aplausos la banda sonora de cláxones que estalló al concluir el choque. Saben ganar sobre el campo y, sobre todo, saben perder fuera de él. Y fuera de él la fiesta española se desarrolló sin sobresaltos y confraternizando con los que mejor digirieron una derrota que se mascó durante la segunda mitad.

Los responsables de los establecimientos se curaron en salud con banderas de ambos países, aunque eran muchos los trabajadores que se enfundaron la elástica de la selección española. Por fortuna para ellos la derrota precipitó el final del trabajo más duro. La decepción era normal, pero la decepción de vacaciones en Mallorca no sabe tan mal.