Joan Llaneras celebra mirando al cielo su tercera medalla olímpica en un emotivo gesto de recuerdo a su desaparecido compañero Isaac Gálvez. Foto: JULIO MUÑOZ

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FERNANDO FERNÀNDEZ Cualquier adjetivo se queda corto para describir un sábado de gloria para el ciclismo balear, para el deporte español. Joan Llaneras contaba las horas para colgar la bicicleta (lo hará el martes, las disputar la americana junto a Tauler), pero quiso dejar el buen sabor de boca que sólo campeones como él saben imprimir al ciclismo en pista. Sabía que la puntuación de Pekín no era una más. Sus últimos Juegos, su última aparición estelar y un currículo de vértigo merecían un final así. Y todavía le queda la Madison para hacer más grande su leyenda. Para abrir boca, el oro en la carrera a los puntos permite a España tomar aire en el medallero y a Joan cumplir una promesa, un objetivo que le había llevado a estirar su vida deportiva. A sus 39 años, el porrerenc demostró que no hay nadie más metódico que él a la hora de plantearse objetivos. Tras ganar la plata en Atenas, ya apuntó hacia Pekín. A la capital china llegó hace apenas cuatro días. Tiempo suficiente para aclimatarse al cambio horario, al velódromo, montarse en la bicicleta que Cervélo preparó para este momento tan señalado, y demostrar quién es el que manda. Todo, pese a los problemas estomacales que ha arrastrado desde su llegada a la Villa.

Siete títulos mundiales (cuatro de puntuación y tres de americana), tres medallas olímpicas y una larga nómina de victorias en la Copa del Mundo, además de una incontable lista de reconocimientos adornan una hoja de servicios a la que ayer se puso el lazo.

La incontestable victoria de Llaneras en su carrera por excelencia, la puntuación, es fruto de un enorme sacrificio, de una planificación milimétrica, y de la calidad de los genes de un campeón con mayúsculas. También de la inteligencia que conlleva correr aquí, de dos vueltas ganadas y de una potencia al esprint que dejó sin argumentos al resto. Joan sabe como pocos manejar la presión, ya que estuvo sometido en todo momento a un estrecho marcaje, sabedores todos de que la suya era la rueda ganadora, y al final se permitió la licencia de ganar vuelta por duplicado, reventar la carrera en su tramo decisivo y hacer sonar de nuevo el himno español en unos Juegos. El alemán Roger Kluge y el británico Chris Newton le escoltaron en un podio a cuyo peldaño más elevado retornaba ocho años después de la gesta de Sydney. En Atenas tocó plata, pero la historia ha querido recompensar a Joan con su tercera presea olímpica, un oro de valor incalculable que premia la labor de un profesional que no deja nada en manos de la improvisación.

Esta vez no le salió bien la jugada a la preja Ignatyev-Kiryienka. Su alianza fue fracturada en buena medida por el desgaste al que forzó Llaneras al grupo desde el inicio de 160 vueltas (40 kilómetros) que dibujaron una puntuación increíble, irrepetible y, por encima de todo, cargada de emotividad.