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De 2006 a 2008, la selección española de baloncesto ha logrado desprenderse del estigma mediocre que le definió en su larga travesía por el desierto desde que en Los Àngeles 84 firmara el registro que los 'Golden Boys' han logrado igualar -todavía pueden mejorarlo si derrotan a Estados Unidos- y hasta la aparición de una generación que ha revolucionado un historial marcado por aquella gesta olímpica y apariciones constantes en peldaños secundarios del Eurobásket, la cuenta pendiente de los Gasol, Rudy, Calderón y compañía. El 'Angolazo', el discreto papel en Seúl, el noveno lugar de Sydney o la sonada derrota con China en Hamilton habían minado el crédito de un equipo que en la primera mitad de los 80 enamoró e hizo trasnochar a un país entero con nombres que ya forman parte de la leyenda. Fernando Martín, Epi, Corbalán, Solozábal, De la Cruz... Todos ellos forman ya parte de la memoria colectiva, aunque desde los Juegos de Atenas (2004) se intuía que algo iba a pasar, que podían cambiar las cosas.

La irrupción en primer término de Pau Gasol en la mejor liga del planeta y el posterior aterrizaje en masa de otros de los miembros de aquel equipo apartado de la gloria olímpica precisamente por Estados Unidos (Garbajosa, Calderón, Navarro, Rudy...), disparaba las expectativas sobre un grupo al que el relevo en el banquillo, la salida de Mario Pesquera y el talante de 'Pepu' Hernández, otorgó la confianza necesaria como para soltarse sobre el parqué, regalando descaro, baloncesto de muchos quilates y alegrías.

Los primeros pasos fueron traumáticos. La eliminación en cuartos en Atenas y el adiós inesperado al Europeo de Belgrado sirvieron para restar presión a un equipo que derrochaba talento y destilaba calidad. Y en el que el baloncesto mallorquín había conseguido colocar a un portento con futuro NBA y unas condiciones hasta ahora jamás vistas: Rudy Fernández.

Con las exigencias orientadas hacia otros bandos y Estados Unidos en pleno inicio de una redención que quiere culminar en estos Juegos, el eje Saitama-Madrid-Pekín, o lo que es lo mismo, dos años irrepetibles como esta selección, empezaba a cobrar forma en el Mundial de Japón 2006. Con un baloncesto contundente, alegre y basado en la férrea defensa y correr, darle velocidad al juego, España rebasaba todas las fronteras naturales planteadas hasta ese momento. Un golpe de fortuna en la semifinal ante Argentina era la culminación de una carrera vertiginosa que les conducía el partido por el oro, donde Grecia (70-47) apenas podía hacer otra cosa que aplaudir a los héroes de Saitama, que se proclamaban campeones del mundo y disparaban la fiebre por el baloncesto dos décadas después de los madrugones olímpicos del 84. Oro, título mundial, mallorquín entre los elegidos y plaza asegurada para los Juegos. ¿Qué más se le podía pedir a la ya bautizada como NBA?

Pues la siguiente exigencia era más una motivación a nivel personal que deportivo. El Europeo aterrizaba en España con los anfitriones poniendo sobre la mesa su título mundial y un equipo de ensueño. Los mismos que conquistaron el mundo aquel 3 de septiembre de 2006. Eso sí, esta vez toda la presión recaía en ellos, y eso se pagó en un estreno gris, que tuvo a Croacia como inesperado protagonista (84-85). Pareció ser un incidente aislado, ya que el camino hacia la final estuvo despejado. Allí, en el partido decisivo, a cuarenta minutos de otro oro y de saldar la cuenta pendiente de España a nivel continental, Rusia frenaba en seco la euforia y Madrid enmudecía ante una derrota que nadie esperaba, que un lanzamiento de Pau Gasol 'escupido' por el aro con el crono casi a cero podía haber convertido en gesta nacional. Tocaba plata. Premio menor teniendo en cuenta la altura del listón, pero un nuevo logro para este grupo.

Se abría tras ello una larga crisis que desembocó en la destitución de 'Pepu' Hernández, el hombre que le cambió el rostro a este vestuario, que supo transmitir la ilusión que llegó a la calle. Y todo, a pocos meses para que los Juegos Olímpicos, los que iban a confirmar el verdadero nivel de este equipo, comparecieran. Llegaba Aíto con la exigencia del entorno de regresar con una medalla y la intención de tocar pocas cosas, de adaptar su sello a un bloque que ya tenía las ideas claras. No era para menos. Campeones del mundo y subcampeones europeos, volver de vacío sólo se iba a concebir como un fracaso.

No es España la de antes, pero ofrece argumentos sólidos y hombres por encima de nombres. En un camino en el que sólo Estados Unidos ha sido capaz de demostrarles que hay alguien mejor, y China que la relajación y la confianza no son buenos compañeros de viaje, España vuelve a jugar otra final. Una medalla más, un oro o una plata por la que todos apuestan, en dos años únicos, en una etapa que muchos anticipan que puede llegar a su fin en Pekín. La NBA manda, y las franquicias ya se han encargado de dejar a otras selecciones huérfanas de sus estrellas. El caso Garbajosa ha sentado un precedente y las cosas podrían cambiar. ¿Tendrá continuidad el eje Saitama-Madrid-Pekín? El próximo verano saldremos de dudas. O puede que antes.