Tras la derrota de Soria y pensando también en el inminente partido de Champions ante el Sporting de Lisboa, Guardiola decidió cambiarle la cara a su Barça y alineó un once revolucionario y huérfano de algunos de los jugadores con más ascendencia.
Messi, Iniesta y Touré se quedaron en el banquillo, y Henry, en la grada. A cambio, el técnico del conjunto azulgrana ofreció al escaso público que se acercó al Camp Nou la posibilidad de ver en acción a dos chavales del filial: Pedro, un extremo diestro que ya había exhibido su repertorio en el partido de ida de la fase previa de la Liga de Campeones ante el Wisla Cracovia, y Sergio Busquets, nuevo en estas lides y que ayer actuó como escudero de Xavi y Keita en el centro del campo.
Con este once tan inédito como inesperado el Barcelona no perdió ni mucho menos su identidad y, fiel a su estilo de juego, se adueñó del balón, del ritmo y del partido desde el primer minuto.
El Barca encerró al Rácing en su área en el segundo tiempo y los visitantes intentaron frenar el vendaval azulgrana renunciando definitivamente al balón y abusando del juego sucio. Messi, que había salido por Keita al cuarto de hora de la segunda parte, ejerció su papel de revulsivo y adelantó a los suyos al transformar un penalti (1-0) por manos de Christian, pero seis minutos después una falta lanzada por Garay la desvió Jonathan Pereira lo suficiente para engañar a Valdés
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