Veinticinco años, un cuarto de siglo, distancian de ahora aquel 21 de diciembre de 1983, en el estadio Benito Villamarín, actualmente denominado Manuel Ruiz de Lopera. Aún se recuerda como una de las grandes gestas del fútbol español. Entonces, fue considerada como una misión imposible.
Entrenada por el ya fallecido Miguel Muñoz, aquel grupo que aglutinó talento y pasión se mantenía extremadamente fiel a la tradición de la furia que tanto ha auxiliado la leyenda del fútbol de España. Desmarcada del gusto por el toque que adorna el trayecto de las nuevas generaciones. Del virtuosismo que delata a los hombres referencia de la actualidad.
Aquella proeza forma parte de los grandes momentos futbolísticos. Descabalgada ahora de la gloria de la que forma parte la selección, centrada en empresas mayores desde que se coronó en la última Eurocopa.
Entonces, hace veinticinco años, el fútbol español mantenía su pedigrí internacional gracias a los éxitos en las competiciones de clubes. Las Copas de Europa del Real Madrid, los éxitos del Barcelona en la Recopa y las del Valencia, Sevilla, Atlético de Madrid. En selecciones, sólo el triunfo en la edición de 1964, en el estadio Santiago Bernabeu conservaba algo de lustre en el historial del equipo nacional.
España se movía a impulsos en el deporte. En momentos. Y uno de los más evocados fue el 12-1 contra Malta, el que propició el pasaporte para la fase final de la Eurocopa de Francia. Donde la selección, metida en la inercia de la euforia, disfrutó de otro de sus grandes momentos. Alcanzó la final, que perdió contra el conjunto anfitrión.
Y eso que la presencia española estaba en el aire. En plena carrera por la clasificación contra Holanda, España se encontró con un partido que debía resolver por una diferencia de once goles para inclinar de su lado el coeficiente particular y obtener el pasaporte para la Eurocopa de 1984.
Lo único alentador era el adversario. Malta, un equipo sin cartel en el fútbol internacional. Que salió sonrojada de cada uno de los compromisos que afrontó.
Buyo, Señor, Maceda, Goicoechea, Camacho, Gordillo, Víctor, Sarabia, Santillana, Carrasco y Rincón (después entró también Marcos) eran los encargados de la proeza. En Sevilla, en una noche lluviosa. Ante 30.000 espectadores y una millonaria audiencia televisiva que derivó su atención entre la expectación y el escepticismo inicial y la pasión y euforia posterior.
Como el equipo. En un partido que nació torcido. Un penalti marrado por Juan Señor y un gol encajado que minimizaron la trascendencia de los tres tantos marcados por Carlos Santillana en la primera parte.
Pero en el inicio de la segunda mitad llegó la magia. Y en un cuarto de hora España marcó otros cuatro. Tras los cuatro de Poli Rincón, otro de Santillana, dos de Maceda y el de Sarabia, fue Señor el que cerró la cuenta y redondeó la gesta que instauró una de las páginas más brillantes y emotivas del fútbol español, ahora en las alturas.
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