De izquierda a derecha, Iván Ramis, Germán Lux, Lionel Scaloni, Diego Capel y Luis Fabiano, ayer en el ONO Estadi. Foto: MONSERRAT

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La reconstrucción está en marcha. Tras varias semanas de oscuridad, pañoladas y discusiones en los despachos, el Mallorca sigue emitiendo señales de vida. En una función iluminada por los pequeños detalles y un radical cambio de actitud, los de Manzano volvieron a cerrar todas las compuertas para aplicarse un punto de sutura. Tal vez el empate no genere un gran impacto sobre el paisaje del equipo, pero sí que ayudará a taponar una hemorragia que amenazaba con desangrar al vestuario justo antes de que el campeonato doblara la esquina. La escuadra isleña, mejor parapetada que nunca, anuló a un gigante de aspecto infantil y aunque tampoco le hirió de gravedad, le sometió en todo momento a la dictadura de su juego. Si se trataba de levantarse, ya se ha cumplido el primer objetivo (0-0).

No era un partido normal. El espacio que habitualmente se destina a la especulación se había eliminado durante la semana y hacía falta ofrecer algo distinto para volver a la superficie. Manzano, que lo había recordado dentro y fuera de la caseta, empezó por cubrir los costados para evitar que el Sevilla encontrara un resquicio por el que ir creciendo. Levantó un muro en torno al círculo central y los jugadores, con el cuchillo entre los dientes, hicieron el resto. La receta funcionó y en los primeros cinco minutos el Mallorca ya le había dado un mordisco a su invitado, además de acumular dos ocasiones de gran tamaño.

La intensidad se fue reduciendo por la propia inercia del choque, pero el Mallorca seguía sin soltar la vara de mando. El Sevilla, probablemente afectado por su anticipada exclusión de las competiciones europeas, necesitó casi veinte minutos para quitarse las legañas, aunque cuando lo hizo estuvo a punto de arruinar cualquier planteamiento previo. Jesús Navas le ganó la espalda a Corrales y Luis Fabiano, en su única aparición del encuentro, lo estampó contra el larguero en un cómodo cabezazo. El susto se amplió cuando Lux quiso despejar su rechace de forma defectuosa. En cualquier caso, no pasó de ahí. El Sevilla no volvió a sacar las uñas hasta el descanso y el Mallorca, centímetro a centímetro, reanudó la ofensiva. Lo hizo con sentido, midiendo las consecuencias que podían tener todos sus movimientos. Y le funcionaba hasta que divisaba la frontera del área, porque una vez allí, sus ataques se quedaban sin gas. Aduriz tenía que descender al centro del campo para participar en el juego y desde ahí el camino hacia Palop se hacía interminable. Las únicas opciones de cierto peso en el bando isleño las dibujaron Corrales y Mario Suárez. El primero, con un centro envenenado al que no llegó Arango y el segundo, por medio de un disparo que voló por encima del larguero hispalense.