Lorenzo celebra la segunda posición lograda ayer en el GP de Catalunya.

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FERNANDO FERNÀNDEZ (BARCELONA) Carreras como las de ayer son las que hacen afición, enganchan y hacen que valga la pena pagar una entrada y soportar interminables atascos para seguir en directo un Gran Premio. El de Catalunya de 2009, el primero de Jorge Lorenzo en Montmeló en la era MotoGP, será recordado por el espectáculo que dieron los, hoy por hoy, mejores pilotos del planeta. Y por el imposible adelantamiento que se sacó de la chistera Il Dottore para demostrar quién es el ocho veces campeón del mundo. Fue en la última curva, la que da entrada a la larga recta de meta. El 46 había tanteado todas sus posibilidades, y salidos del estadio, era la única posibilidad a la que podía aferrarse para consumar su Vendetta arrebatarle la gloria al que, además de compañero de equipo, se ha convertido en su gran enemigo en la puja por un título que, como ayer, tiene de testigo y en segundo plano al australiano Casey Stoner, tercero y mero notario de la genialidad del 46.

Noventa y cinco milésimas le faltaron y un giro le sobró a Lorenzo para rubricar un fin de semana de antología. Es un segundo puesto que sabe a victoria, y por eso lo celebró como tenía esperado. Paseando la bandera del Barça que 'tuneó' su M1 y disparando un balón hacia la Tribuna G, el punto de encuentro de sus cada vez más incondicionales.

Precedentes del espectáculo de ayer los hay. No muchos, pero sí cercanos. Rossi fue protagonista del que nos queda más cerca. Fue hace poco menos de un año, en Laguna Seca, y esta vez con Stoner de coprotagonista. Eso sí, el de Ducati acabó desquiciado y paseando por la tierra.

Jorge fue más allá. Plantó cara al mejor de todos los tiempos y demostró que lo de ser campeón del mundo de MotoGP no es un farol. Lo ha hecho desde que el curso arrancó en Losail, y en el último mes se ha encargado de rubricar su candidatura.

Ahora, la carrera por la 'Torre de los Campeones' queda más igualada que nunca. Traspasado el primer tercio de la temporada, Rossi, Lorenzo y Stoner suman 106 puntos. Igualdad extrema, aunque las Yamaha parten con ventaja y dejan las coronas de marcas y equipos encarriladas ante la falta de alternativas (en Honda van por libre). Dovizioso (69) y Pedrosa (67) quedan ya demasiado lejos.

Los 88.502 espectadores que vibraron en Montmeló podrán presumir de haber vivido una de las carreras más excitantes en seis décadas de Mundial de velocidad. Y eso que las cosas empezaron de la mejor manera posible. La salida, ese particular de dolor de cabeza para Jorge, fue perfecta. Encaro la 'ese' en bajada por delante de Rossi y Stoner. Y a Dovizioso -cuarto a la postre- se le empezaba a ver, a la par que un Randy de Puniet condenado a ir perdiendo fuelle con el paso de los kilómetros. Un Pedrosa infiltrado mantenía el tipo y no quería arriesgar en un tramo que puede convertirse en un peligroso tapón.

Comenzó mandando Lorenzo, como en el grueso del Gran Premio, pero Valentino empezaba a cansarse y deseaba asestar un golpe que le hiciera agilizar la senda de una victoria que no iba a ser fácil. Y así fue. Apenas transcurrieron tres giros, y la definición en la frenada del de Tavullia quedó reflejada a final de recta. Era el primero de una larga serie de adelantamientos que redactarían la crónica de un Gran Premio para los anales. Stoner era ahora la amenaza de Jorge, que no perdía la rueda del 46 y se permitía la licencia de tantearle en algunos de los tramos más delicados de Montmeló.

Casey perdía fuelle en un trazado que apenas le ofrece opciones para exhibir la punta de velocidad de su Desmosedici y a dieciséis vueltas para el frenético desenlace que pocos podían adivinar, la carrera ya era cosa de dos. En esas, Toni Elías pisaba la gravilla y, con Rossi intentando contener los conatos de ataque del 99, se acercaba el instante que siempre aguarda al palmesano para intentar castigar a los que osan poner en duda sus cualidades. La segunda mitad de la carrera comparecía con las dos Yamaha oficiales provocando el delirio en la grada. Y ante los suyos, en el estadio, Lorenzo quiso brindarse una nueva insolencia hacia el más grande. Una de esas 'pasadas' que van camino de crear escuela. Valentino no iba a ariesgar, aunque iba al límite -ambos lo hicieron el grueso de la carrera-, sacando la pierna en los puntos más calientes del trazado.