«Ahora sí, esto es un sueño hecho realidad. Se lo dedico a mis dos niños», fue lo primero que comentó Valverde en la línea de meta, poco antes de ser manteado por sus compañeros de equipo como número uno de la Vuelta.
El corredor de Las Lumbreras (Murcia) subió al podio escoltado por otro español, el campeón olímpico Samuel Sánchez (Euskaltel Euskadi) y por el australiano Cadel Evans (Silence Lotto).
En la fiesta de «Balaverde» se coló el alemán Greipel, que engrandeció su maillot verde al apuntase el prestigioso esprint de Madrid por delante del italiano Daniele Bennati, que se marchó sin mojar y del esloveno Borut Bozic. El germano, que marcó un tiempo de 3h.11.56, cosechó finalmente 4 etapas, suplantó perfectamente a su compañero Cavendish y aumentó la racha del Columbia, ya con 78 triunfos esta temporada.
Fue el punto final de La Vuelta, en una jornada festiva, de homenaje al vencedor, disputada entre bromas a ritmo de samba y con emoción final con el esprint en La Castellana. Aunque hubo un pequeño susto por una caída, pero sin consecuencias.
Valverde levantó los brazos en La Cibeles como sucesor de Alberto Contador, el último que visitó como triunfador a la diosa símbolo de la tierra, la agricultura y fecundidad. Un relevo en el escalón de oro, y una confirmación de que, efectivamente, el español tiene capacidad para ganar una gran vuelta. ¿Un rival para el de Pinto en el Tour? Son palabras mayores, pero tras la «liberación» de Toledo el murciano pretende apuntar alto.
A sus 29 años, se ha sacudido la presión de no ver en su palmarés un título de los grandes. Tenía en la Vuelta todos los puestos del uno al cinco, menos el primero. Ya lo tiene. En su octavo año de profesional se abre otro panorama ante sus ojos. Éxitos no le faltaban en clásicas: ha ganado 2 veces la Lieja-Bastoña-Lieja, la «decana», una Flecha Valona, además dos platas y un bronce en Mundiales. Un ciclista completo y ganador desde que se puso a competir con 9 años en el Club Puente Tocinos.
La Vuelta le llega a Valverde en un año tan victorioso como difícil. Privado del Tour tras la sanción de dos años que le impuso el CONI para participar en toda prueba que se dispute en suelo italiano, Valverde apostó por la Vuelta, a la que llegó como claro favorito después de sus triunfos en la Dauphiné, Volta a Catalunya y Vuelta a Burgos. Desde el castigo la espada de Damocles pende sobre su cabeza. El TAS y la UCI tienen la palabra para que la citada sanción adquiera carácter universal. «Un desgaste demasiado grande», como dijo el director del Caisse D'Epargne, Eusebio Unzue.
La foto del podio hizo sitio con honores a Samuel Sánchez, el campeón olímpico que esta vez hubo de defender la plata con uñas y dientes, y al australiano Cadel Evans, el del inoportuno pinchazo en Monachil, que recuperó su lugar en el cajón apartando al italiano Basso en la cronometrada de Toledo.
En el resto de clasificaciones secundarias el Xacobeo Galicia se llevó el premio por equipos, el francés David Moncoutié (Cofidis) se enfundó el maillot de rey de la montaña por segundo año consecutivo, aparte de la etapa de Sierra Nevada. Alejandro Valverde se llevó la general de la combinada y por puntos se impuso el alemán André Greipel, que se anotó su «triplete».
Galardones entre monumentos en la despedida de una Vuelta que no ofreció, salvo alguna excepción, motivos para el fomento de la afición al ciclismo. Etapas interminables, previsibles, falta de grandes batallas entre los favoritos y la ausencia de una estrella que tire del espectáculo, son detalles que han hecho de la presente edición una carrera insípida, que debe llamar a la reflexión para mantener la ilusión de un deporte castigado por el dopaje.
En este apartado, y si bien la Vuelta, en principio, no ha arrojado positivos en los controles médicos, la lacra se presentó de manera inesperada. Los positivos de Héctor Guerra, seleccionado para el Mundial y más tarde excluido, e Isidro Nozal antes de la Vuelta a Portugal desviaron la atención de la carrera.
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