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El partido, que se fragmentó en tres, acabó convirtiendo al Mallorca en el paradigma de la épica. La escuadra balear suscribió un empate imposible en el Calderón, donde, efectivamente, todo es posible. Incluso lo imposible. El tributo a la épica que gestó el grupo de Manzano no admite comparación alguna, entre otras cosas, porque burlar las quimeras nunca forma parte del guión. Contribuyó de forma decisiva el entrenador a neutralizar la ventaja de su adversario. Manzano reinventó dibujos, posiciones y descubrió nuevos atajos, pero las tablas que agarró el cuadro bermellón trascienden de la pizarra, están muy por encima. Triunfó el equipo, emergió el bloque. Nadie debería olvidar este partido.

 

Una incursión de Borja por la banda izquierda, hacia donde había caído tras la enésima revisión de Manzano, acabó con el balón en la portería de De Gea. Fue la consumación de un despliegue físico sin precedentes (1-1), el gol que daba respuesta al penalti que se había inventado Muñiz Fernández y que transformó Forlán. Unos pocos segundos después, la grada del Calderón, en pie, despedía a un Mallorca heroico y sin aliento; al conjunto que había desafiado a la lógica y que acabó encontrando un premio que siempre había merecido.

 

Porque el Mallorca supo reponerse a todo en el duelo que lo puso constantemente a prueba. Primero a la tendencia suicida de Josemi, un futbolista con el ciclo agotado y después a una infamia arbitral que le dejó con nueve jugadores sobre el campo. Nada de todo eso hubiera sido posible ante un Atlético entero, pero hoy por hoy el conjunto rojiblanco se parece a cualquier cosa menos a un equipo de fútbol. Tiene talento, pero vive instalado en el desorden. Probablemente, su línea defensiva sea una de las peores de la Liga; su centro del campo es una caricatura y Forlán y Agüero han quedado totalmente aislados. El Mallorca llegó a gobernar con nueve tipos sobre el campo y avisó varias veces de que iba a por el empate. En plena recta final, Webó mandó un disparo a la madera. Poco después, Borja, excepcional cuando el encuentro reclamó un esfuerzo titánico, no perdonó.

 

Mucho antes del desenlace jamás previsto y de que reinara la locura, el partido discurrió bajo un patrón más o menos previsible. Manzano asumió la ausencia de Aduriz con naturalidad. Pese a verse despojado de su principal elemento de desequilibrio, decidió mantener el dibujo y también la propuesta con la que más cómodo se siente su equipo. Todo quedó en un simple intercambio de cromos. Delantero por delantero. Webó por Aduriz. Tras designar compañero a Víctor, el técnico balear completó el diseño del traje de corte ofensivo que utilizó en el Calderón con un doble pivote (rombo en ataque) que suele mirar hacia delante (Mario y Borja) y dos alas con recorrido (Julio Alvarez y Castro). La prolongación del discurso bermellón, que apenas tuvo treinta minutos de vigencia, contrastó con la revolución local. Sin Abel Resino en el banquillo, con Quique Sánchez Flores en el palco y con Santi Denia y Sabas al frente de las operaciones por un día, el Atlético liquidó, entre otros, a Asenjo (la portería fue para De Gea), Jurado y Perea. Los movimientos elevaron el ímpetu del equipo, pero no el nivel de su fútbol, inconsistente y errático. El Mallorca siempre tuvo más o menos claro que su adversario iba a embestir, pero también que el reloj podía acabar jugando a su favor. Con una grada en pie de guerra y un rival propenso a la ansiedad, se trataba de intentar manejas los tiempos.

 

El Mallorca no tuvo excesivos problemas para salir indemne ante la primera ráfaga del Atlético. Forlán, que reclamó penalti en un forcejeo con Ramis en la apertura del partido (minuto 2), Maxi, que remató a un palmo de distancia de Aouate, y Agüero, con otro disparo desde el interior del área, dirigieron un arranque intimidador que no tardó demasiado en reducir su intensidad. Poco a poco, el control del partido pasó a los pies de Borja y Mario, hasta que Josemi metió un manotazo absurdo al balón, dejó a su equipo con diez (minuto 26) y generó un penalti totalmente innecesario. La hinchada local se frotaba los ojos, pero Diego Forlán se encargó de elevar de nuevo la tensión. Su lanzamiento acabó siendo un gazapo. Aouate sólo tuvo que girar la vista y ver como el balón se perdía muy lejos de la portería.

 

El banquillo bermellón respondió entregando el lateral derecho a Corrales y mandado a Víctor Casadesús a la caseta, pero hubo mucho más. Julio Alvarez se trasladó al centro del campo y Webó acabó en uno de los flancos. El Mallorca logró resistir, aunque la apertura del segundo acto volvió a ponerle a prueba. En una impecable acción defensiva de Ramis, que barrió ante Forlán, Muñiz Fernández señaló penalti y mandó al central balear al vestuario. El delantero uruguayo asumió de nuevo la responsabilidad. Y esta vez no falló. Con nueve jugadores y con el Atlético mandando en el marcador, la función se presumía finiquitada, pero el Mallorca se había reservado su mejor repertorio. El equipo isleño se agigantó y su rival empequeñeció. Defendió con todo y atacó con todo. Y en el noventa llegó el delirio.