Borja Valero, Kaká y Julio Àlvarez

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El Mallorca se toma un respiro. Después de elevarse hasta el cielo de la Liga y disfrutar una semana de las mejores vistas del torneo, los baleares volvieron a descender ayer un peldaño. El cuadro de Manzano, desprovisto esta vez de sus rasgos más característicos, se quedó helado en el Bernabéu y vivió toda la tarde bajo el yugo de un Madrid especialmente afinado. La derrota no escuece demasiado y seguramente se entenderá como lógica, pero lo cierto es que el conjunto isleño volvió a airear su cara más decepcionante en otra batalla marcada en rojo (2-0).

En esta ocasión, el Mallorca se presentó en el Bernabéu respetando demasiado a su anfitrión. Gregorio Manzano, como estaba anunciado, apostó por amurallar el centro del campo con Martí y Mario, pero se encontró de salida con un Madrid hostil y dispuesto a manejar en todo momento los hilos del partido. Los blancos, que también habían reordenado sus esquemas para hacerle un hueco al reaparecido Kaká, no dejaron que la escuadra isleña asumiera de inicio el balón y empezaron a maquinar con relativa facilidad.

El Mallorca, que resistió con orden los primeros empellones, intentó desesperar al conjunto de Pellegrini a base de sobriedad defensiva, pero se llevó el primer disgusto demasiado pronto y le tocó caminar cuesta arriba. Todavía no se habían archivado los primeros diez minutos y Gonzalo Higuaín controlaba un balón muy lejos de la zona de conflicto. Sin embargo, el argentino fue abriendo una zanja y llegó hasta la corona del área, donde se sacó un zurdazo que agujereó la escuadra derecha de Aouate. El 'Pipita', que casi siempre rescata su mejor versión frente al Mallorca, obligaba a los isleños a ofrecer algo más de lo que habían expuesto hasta entonces (minuto 7).

El ejército bermellón firmó una de las primeras partes con menos contenido del curso, aunque también forzó alguna ocasión a trompicones. Una de las mejores murió en la cabeza de Castro, que se quedó a unos pocos centímetros de extraer petróleo de un centro de Aduriz (minuto 8). A partir de ahí, el Mallorca empezó a hibernar. El Madrid, especialmente ambicioso ayer, ocupaba todo el terreno de juego y controlaba la posesión a su gusto, además de aplicarle una extraña intensidad a su fútbol. Los defensas mallorquinistas achicaban agua como podían y se protegían el rostro ante las embestidas blancas, que fueron constantes hasta la lesión de Van der Vaart (minuto 20). Pero en ataque, nada de nada. Borja andaba perdido, a Aduriz no le llegaban balones en condiciones y ni Castro ni Julio Àlvarez ayudaban a estirar el campo. Los bermellones, además, eran muy cautos en todas sus proyecciones y temían que la velocidad madridista les hiriese de gravedad. Es verdad que el Madrid también comenzaba a sestear, pero tampoco sufría en defensa. Sólo una ocasión de Julio Àlvarez (minuto 28) y un tímido cabezazo de Mario (minuto 44) obligaron a Casillas a abrir los ojos.

El Mallorca agradeció el descanso, pero volvió a quedarse sin crédito demasiado pronto. Más que nada, porque a los cuatro minutos de la reanudación ya había sufrido otro achaque, éste definitivo. Higuaín, otra vez Higuaín, inclinó el campo a la derecha y asistió a Granero con una gran maniobra. El canterano del Madrid aprovechó el despiste de Josemi para anotar de volea y cerrar la ventana (minuto 49).

El gol terminó de arrinconar al grupo de Manzano, que se dejó avasallar después sin ofrecer mucha resistencia. El Madrid se desbocó y fabricó ocasiones en serie para darle trabajo a Aouate. Primero Cristiano, después Kaká y a continuación Higuaín alimentaron un alud de llegadas que sólo el meta israelí impidió que acabara en hemorragia. La cosa pintaba mal. Muy mal.

El entrenador rojillo buscó el imposible sin apenas fe y puso sobre la helada alfombra de Chamartín (nevó copiosamente durante todo el encuentro y sólo la calefacción evitó que acabara convertido en un manto blanco) a Keita y Pezzolano tras sacrificar a Julio y Aduriz, ambos ausentes. El equipo balear, que afrontaba la jornada envuelto en elogios y que defendía la plaza de Champions que había conquistado siete días antes, era un conjunto pequeño e impotente que se limitaba a dar brazadas sin mucho sentido. El técnico le dio otra vuelta de tuerca buscando por medio de Víctor un gol que le devolviera el pulso, pero ni por esas. Sólo una aproximación de Pezzolano que acabó con el uruguayo por los suelos (Borbalán lo pasó por alto) le quitó el óxido a una formación helada. Al final, el Madrid siguió perdonando en sus intentos por adornarse y el Mallorca se conformó con un resultado que a priori parecía lógico. La semana que viene, contra el Deportivo, la película será muy diferente.