Ramón Bigas e Igor Asensio posan para este periódico a la entrada del campo del Platges de Calvià, en Magaluf. | Pere Bota

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En casa de los Bigas y de los Asensio, el fútbol es un asunto de familia. De una manera u otra, siempre hay un balón sobre la mesa. Sobre todo ahora que sus apellidos ocupan un espacio habitual en el ecosistema del balompié de elite. De sus domicilios salieron hace un año y medio Pedro y Marco, que dejaron la Isla tras compartir vestuario, escudo y algún que otro mal trago como jugadores del Mallorca. Uno se fue a Las Palmas, donde se ha ganado la atención de otros grandes equipos. Y el otro, que paró en Cornellà antes de seguir creciendo, es una de las sensaciones del Madrid de Zidane y en unos pocos meses le ha puesto su firma a una serie de goles decisivos en todas las competiciones posibles. Un par de plantas más abajo y fuera de esa burbuja del profesionalismo, pero ya en categoría nacional, un Bigas y un Asensio vuelven a compartir vestuario y escudo. En este caso, el del Platges de su Calvià natal. Son Ramón e Igor. La saga continúa.

En el domicilio de Asensio, la influencia del balón es innegable. «Tanto la familia de mi padre, en Bilbao, como la de mi madre, en Holanda, son muy futboleras y siempre lo hemos vivido muchísimo», asegura Igor, que nació tres años y un día antes que Marco. «Hasta que lesionó, con 21 años, mi padre jugó en el Barakaldo, y mi hermano y yo siempre hemos ido detrás de una pelota».

Para Ramón Bigas la pasión también procede de su padre, que jugó hasta casi los 40 años. Él, pese a su juventud, conoce el balompié balear, pero también el murciano y el canario. Llegó a probar con el filial de Las Palmas y estuvo medio temporada en uno de los clubes más antiguos del archipiélago: el Real Sporting San José. Como Igor, también está muy pendiente de su hermano, dos años mayor que él. «Siempre me pregunta cómo me han ido los partidos. Y si me toca jugar de central, no dudo en pedirle consejos», reconoce. Fútbol en formato familiar.