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Sólo cinco deportistas españoles pueden presumir de poseer un tesoro único en Baleares. Porque un ilustre mallorquín es uno de ellos. Haberse colgado, al menos, una medalla olímpica de cada metal (oro, plata y bronce) es un privilegio que en España apenas han logrado esa cantidad de personas. Y en las islas, sólo el piragüista Marcus Cooper Walz posee ese privilegio. Y exhibe esa colección que el sitúa como uno de los referentes en el devenir de nuestra comunidad en los Juegos.

Campeón olímpico de K1 1000 metros en Río 2016, el palista del Real Club Náutico de Portopetro fue protagonista de la gran sorpresa de aquella cita. Cinco años después, volvió a pisar el podio, pero bajando un peldaño para ser segundo y medalla de plata en K4 500 metros, junto a Saúl Craviotto, Rodrigo Germade y Carlos Arévalo en Tokio 2021. No tuvo que esperar tanto para conseguir su tercer metal olímpico.

Apenas tres años después, en el ciclo más corto, Marcus y sus compañeros del K4 ocupaban el tercer cajón, lo que les otorgaba el bronce olímpico en los Juegos de París. Así, el de Santanyí completaba su colección, quedándose a un suspiro de la que hubiera sido su cuarta medalla en el K2 500, ocupando esa posición en la final junto a Adrián del Río.

Marcus Cooper Walz, mostrando sus tres medallas olímpicas. Foto: F.F.

El nombre de Marcus Cooper Walz forma parte de la historia olímpica del deporte balear. Pero también español. No sólo es el único isleño que puede presumir, a sus 30 años, de ser campeón de España, Europa, mundial y olímpico, sino que forma parte de un selectísimo club que integra un quinteto de excepción en el que el palista mallorquín ha sido el último en ingresar, además de hacerlo en unos Juegos en los que fue abanderado español en la ceremonia inaugural.

La lista

Porque junto a Marcus, abanderado en la inauguración de París 2024, apenas otros cuatro deportistas pueden lucir en su hoja de servicios un oro, una plata y un bronce olímpicos: un tesoro exclusivo. Son su compañero en el K4 Saúl Craviotto, el español con más medallas olímpicas, seis; dos oros, los del K2 500 de Pekín y el K2 200 de Río; las platas del K1 200 en Londres 2012 y el K4 500 de Tokio 2021, y los bronces del K1 200 de 2016 en Río y el K4 500 de París 2024.

El palista balear, sosteniendo sus metales logrados en Río, Tokio y París. Foto: F.F.

La haltera Lydia Valentín, víctima de las trampas, fue recuperando puestos en los podios y con ellos elevando el valor de sus medallas hasta conseguir una de cada, todas en los 75 kilos: el oro de Londres 2012, la plata en Pekín 2008 y el bronce en Río 2016. Una línea paralela trazó la también piragüista Maialen Chorraut, en esta ocasión en aguas bravas y en K1: oro en Río 2016, plata en Tokio 2021 y bronce en Londres 2012.

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El quinteto lo completa la mejor nadadora española de todos los tiempos. Mireia Belmonte cuenta con cuatro metales olímpicas en tres Juegos diferentes. Explotó en Londres 2012 con dos platas, en 800 libre y 200 mariposa; cuatro años después, en Río, llegó el momento álgido con el irrepetible oro en 200 mariposa, que tuvo continuidad con un bronce en los 400 estilos con el que completaba la colección.

Àngels y Rafel Roig, mostrando las tres medallas olímpicas junto a Marcus. Foto: F.F.

Recuerdos

Viendo juntas sus tres medallas olímpicas, Marcus Cooper Walz, bromea en su visita a Rafel Roig, que de la mano de su empresa de transporte y alquiler de vehículos (Roig) es uno de sus más fieles patrocinadores, diciendo que «al poner las tres una con la otra, parece hecho a propósito que haya una de cada metal... Porque además de competir en esas tres pruebas, en otra hice cuarto. Y si salgo a competir ahora, a lo mejor hago quinto (risas)», comenta con la mirada repleta de emociones y pensamientos. Hablando en serio, asegura que «viendo las tres medallas y tras ser abanderado, vuelvo atrás y recuerdo mis inicios. Jamás pensaba que acabaría con tres medallas olímpicas: una de oro, otra de plata y un bronce», confiesa.

Por separado, los recuerdos que le vienen a la cabeza son variados. De Río y del oro en K1 1.000, tiene especial cariño «a la celebración con los míos, entre la locura que se montó», aunque en el fondo, lo que más le viene a la cabeza «es la lección y el esfuerzo que hice ese año para llegar al máximo y ganar el oro. Fue importante cuidar los detalles al máximo y eso me permitió ver que el esfuerzo vale la pena y llega la recompensa», relata.

De Tokio le viene a la cabeza, «cómo no el COVID, pero también y por encima de eso el año de selección, los selectivos. Fue muy duro. Nuestro peor enemigo no eran los alemanes; a nuestro peor rival lo teníamos en casa», refiere, a la vez que pone en valor el resultado final y la plata del K4 500. Y del bronce en París, especialmente valora que «pese a llevar tanto tiempo el mismo equipo entrenando juntos, haber aprendido cosas nuevas y haber logrado un mayor rendimiento, pese a que se ganó el bronce, es con lo que me quedo. A la par que de demostrarme a mí mismo que puedo competir a alto nivel en dos distancias y modalidades sin haber pagado el esfuerzo», señala.

Ese trayecto de gloria que arrancó inesperadamente una mañana de agosto de 2016 en la laguna Rodrigo de Freitas, pasando por la bahía de Tokio y acabando en Vaires-sur-Marne, ha hecho que el nombre de Marcus Cooper Walz forme parte y a lo grande de la historia olímpica balear y española. Con un pleno histórico: oro, plata y bronce olímpicos.