Gonzalo Castro celebra uno de los goles conseguidos por el Mallorca en el partido de la primera vuelta. | Montserrat T. Diez
El efecto Lillo, contra la filosofía de Manzano. El tapete de los Juegos Mediterráneos abrazará mañana uno de los duelos más especiales que puede proyectar en estos momentos la Liga. En una esquina, el entrenador tolosarra, que ha rehabilitado al Almería basándose en un manual lleno de particularidades. En la otra, el preparador andaluz, que sueña con perpetuar al Mallorca en la franja de la Liga de Campeones acabando de una vez con su pésima tendencia como visitante. Dos estilos muy peculiares que no se han enfrentado nunca en Primera Divisón y que propiciará que tanto andaluces como baleares se jueguen ahora su futuro en la pizarra.
En el caso de los bermellones, van a coincidir en la arena con uno de los peores enemigos posibles a estas alturas del campeonato. El Almería, que de la mano de Hugo Sánchez ya puso contra las cuerdas al conjunto isleño en la primera vuelta del campeonato, recuperó el pulso tras la destitución del entrenador mexicano y con Juanma Lillo al mando de las operaciones no sólo ha encarrilado la permanencia, sino que disfruta de un cómo alojamiento en la zona templada de la clasificación. Desde que el vasco se sienta en el banquillo rojiblanco los andaluces han sumado seis victorias, cinco empates y tres derrotas, ninguna de ellas como locales.
Por lo que respecta al Mallorca, se desplazará hoy a la capital almeriense con dos objetivos subrayados en la agenda. El primero, sumar la tercera victoria del curso a domicilio para recuperar el terreno perdido en las dos últimas jornadas. Y el segundo, conservar la profundidad de su colchón europeo para poder ampliarlo después en Son Moix a costa de uno de sus enemigos más próximos: el Valencia.
«Llevamos varias semanas en la cuarta plaza y este partido nos puede servir para seguir afianzándonos en esa posición independientemente de lo que hagan los rivales», explicaba esta semana Manzano a la hora de radiografiar el partido. «Hay que ir a Almería con la sana intención de hacer valer la posición y quitarle una jornada al campeonato para estar en las plazas europeas al final», argumentaba el de Bailén.
El entrenador del Mallorca define al Almería como «un equipo con unas características definidas en función de los jugadores que tiene. La transición defensa - ataque es muy rápida; porque permanentemente busca sus puntas, que son rápidos, veloces, desequilibrantes y, a veces, determinantes. Es una de las armas que hay que intentar contrarrestar. No debemos dejar espacios al descubierto y hay que intentar que no puedan hacer el juego vertical y rápido de contragolpe a través de la buena elaboración del balón atraviesa un gran momento. Aun no ha dicho la última palabra en este campeonato», añadía el jienense.
Lillo, por su parte, ha catalogado al Mallorca como «un equipo que pone la pelota en el suelo, que intenta ganar los partidos de visitante igual que intenta ganarlos de local», en referencia a la dualidad que acreditan los de Son Moix dependiendo del escenario de su actuación. «Ellos tienen la misma actitud. Es más, a mí me parece de los equipos más regulares y más estables en el comportamiento, tanto de local como de visitante. Lo que pasa es que no se les da de visitante y sí más de lo normal como local», apuntaba.
Fortín rojiblanco
Juanma Lillo, que llevaba ya algún tiempo alejado de los banquillos de la máxima categoría, ha logrado impregnar al Almería de un estilo propio que, entre otras cosas, le permitió arrinconar al Barcelona en el mismo campo en el que competirá mañana el Mallorca. El preparador guipuzcoano, además, ha convertido el estadio almeriense en un pequeño fortín del que sólo se han escapado cuatro puntos desde su llegada.
Ahora, con el viento de cara y la posibilidad de dar un nuevo paso al frente, Lillo inaugurará su hoja de servicios ante Manzano, al que nunca ha tenido la oportunidad de medirse desde que circula por la elite.
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