Los jugadores del RCD Mallorca celebran la victoria ante el Real Zaragoza al final del encuentro. | Montserrat T. Diez

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Mallorca 1 - 0 Zaragoza

Mallorca: Aouate; Cendrós, Nunes, Ramis, Kevin; Nsue, Martí (Joao Víctor, min. 76) De Guzmán, Tejera (Pereira, min. 88), Castro (Aki, min. 60); Webó.

Real Zaragoza: Doblas; Diogo, Da Silva, Jarosik, Obradovic; Jorge López (Marco Pérez, min. 73) Gabi, Ponzio, Ander Herrera; Bertolo (Leo Franco, min. 65) y Uche (Braulio, min. 63).

Goles: 1-0, min. 66: De Guzmán, de falta directa, bate a Leo Franco que acababa de sustituir a Toni Doblas, expulsado.

Àrbitro: Alvarez Izquierdo (comité catalán). Expulsó al meta del Zaragoza Toni Doblás en el minuto 63 por coger el balón con la mano fuera del área. Amonestó a Ander Herrera, Martí, De Guzmán, Jarosik y Tejera.

Salvo que sufra un desvanecimiento de última hora, el Mallorca seguirá hospedado otro año junto a los grandes. Sin iniciativa, con las ideas amontonadas y un fútbol construido a base empujones, el grupo de Laudrup explotó una representación horrible para acorazar su rango en el campeonato y situarse a unos pocos centímetros de la permanencia virtual. En medio de la nada, sólo la expulsión de Toni Doblas y un tanto de falta de De Guzman inmovilizaron al Zaragoza y le aportaron algo de luz a un equipo que, pese a su irregularidad, vuelve a merodear las posiciones continentales (1-0).

El encuentro despertó entre la oscuridad más abosluta. El discurso pronunciado un día antes por Laudrup, en el que aseguraba que su ejército acudía a la batalla más importante de lo que queda de curso, había dibujado en la previa a un Mallorca hambriento y agresivo, ansioso por acabar cuanto antes con el papeleo de la salvación, por desmarcarse definitivamente de esa pelea que se libra en el sótano de la tabla. Pero lejos de eso, se presentó con los músculos encogidos y la vista nublada. Ha desarrollado la escuadra isleña una serie de cualidades que le convierten en un bloque efectivo y letal cuando tiene muchos metros por delante, cuando el guión le concede la oportunidad de expresarse al contragolpe. Sin embargo, sufre una barbaridad cuando le toca manejar los hilos para ejercer de maestro de ceremonias. La entrada del Zaragoza en Son Moix recalcó esas carencias, habitualmente camufladas por la propia inercia de sus enfrentamientos. El equipo era incapaz de coser una sola jugada interesante y sólo se desahogaba a través de la pizarra, en alguna acción aislada a balón parado. Así forzó su primera ocasión del encuentro, una de las únicas que consiguió hilvanar en todo el primer acto. Emilio, en soledad, culminaba un saque de esquina en el segundo palo, pero su remate, seguramente inesperado, se marchó desviado a la izquierda de la portería del conjunto aragonés. Fue de lo poco rescatable de un primer tiempo plomizo para el espectador, porque ni uno ni otro parecían dispuestos a romper la monotonía del enfrentamiento. Únicamente un disparo de Gonzalo Castro, tras una contra impulsada a medias por Tejera y De Guzman, y otro zurdazo de Nsue que desvió Doblas pudieron abrir el fuego en el bando local. En cualquier caso, el Zaragoza tampoco ofrecía señales de vida y su botín en ataque se limitó a una contra demasiado acelerada en la que Bertolo no supo gestionar la salida de Aouate.

La cita se reanudó con el Mallorca algo más interesado que el Zaragoza en quebrar la dinámica del primer asalto. Aunque sólo Tejera, el más clarividente de nuevo en las filas locales, acertaba a indicar el camino correcto. De sus botas nació una de las jugadas más interesantes del duelo, aunque el envío final no encontrase rematador. Después, la posibilidad de prender la mecha recayó sobre la cabeza de Cendrós, aunque su finalización tampoco cambio nada y el encuentro siguió sin reflejar nada interesante. Todo parecía dirigido hacia el empate. Y de no ser por una serie de circunstancias fatales para el cuadro de Aguirre, seguramente así habría sido.

El encuentro estalló en mil pedazos a menos de media hora para el cierre. Da Silva patinó y el Mallorca, por medio de Webó, se encontró con un agujero para alcanzar el área zaragocista por la vía rápida. Doblas reaccionó bien, pero recorrió por el suelo más metros de los necesarios con el balón en los brazos y se excedió de su radio de acción. Àlvarez Izquierdo no lo dudó. Lo mandó a la ducha y Leo Franco saltó a la arena para cubrir un lanzamiento alojado casi sobre la línea de cal.

El Mallorca no perdonó. Después de que Ramis y De Guzman debatiesen sobre quién debía ejecutarlo, fue el canadiense quien asumió la responsabilidad. Y su disparo, duro y seco, sorprendió al ex portero del Mallorca, al que la pelota se le coló entre las manoplas.

Con el gol a favor y en superioridad, los baleares tampoco lograron salir del atasco. Todo lo contrario. El Zaragoza fue progresando y además de arrinconar al once de Laudrup acarició el empate con un remate de Braulio. La fortuna se alió entonces con los isleños para abrazarse los dos a la permanencia.