Manzano, preocupado. | T. ALONSO

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Esa montaña en la que se ha convertido la permanencia para el Mallorca se agiganta a medida que se acerca la hora del juicio final. Desposeído de sus artificieros principales y sin demasiados argumentos a pie de campo, el club ni siquiera va a encontrar estos días el abrigo de una estadística que, en escenarios como el que preside, siempre le ha girado la cara. Sin embargo, a la hora de escarbar en busca de luz, el mallorquinismo sí puede agarrarse a las tres situaciones límite que ha vivido en poco más de una década. En todas ellas acabó escribiendo un final feliz y aunque en el fondo se trata de milagros precocinados (destapó siempre la última jornada en unas condiciones muy favorables), sirven también para recordar que el fútbol y la lógica no siempre van de la mano.

El primer ejemplo devuelve al Mallorca a comienzos de siglo, a una campaña inolvidable por un montón de razones. A medida que el equipo se recreaba en el expositor de la Liga de Campeones, se le iban apilando las obligaciones en el campeonato doméstico y circulaba casi siempre en paralelo al barranco. Incapaz de acorazar su continuidad en Primera hasta el episodio definitivo, tuvo que nadar contra la corriente después de verse acorralado y con el agua cubriéndole por completo. Curiosamente el destino, como en este caso, le emparejó con el Valladolid y después de un primer tiempo angustioso por las noticias que llegaban a través del transistor, redujo al cuadro pucelano tras el descanso y se encadenó a la categoría entre serpentinas y fuegos artificiales. Las Palmas, Tenerife y Zaragoza quedaban atrapados en la celda y caían al vacío.

Después de un bienio de paz, el Mallorca regresó a la charca en 2004. Benito Floro inauguró un proyecto defectuoso y el equipo navegó a la deriva a partir de entonces. Ni siquiera la llegada de Héctor Cúper le liberó del peso que cargaba a la espalda. El club al completo, empezando por el cuerpo técnico y los jugadores, asumió con mucho tiempo de antelación el batacazo. Hasta que apareció el Levante dispuesto a suicidarse. El grupo bermellón empezó a subir escalones, al principio sin mucha fe, y salió de la alcantarilla poco antes de que la Liga corriera las cortinas. Se plantó en la última jornada con un punto de ventaja sobre el Levante y le alcanzó con un empate contra el Betis de Serra Ferrer para seguir acumulando horas de vuelo.

Ya con el club adaptado al formato más o menos actual, el Mallorca inició un pequeño calvario del que nunca ha llegado a recuperarse del todo. Serra Ferrer se estrenaba a los mandos de la entidad y tras un comienzo cargado de ilusión y buenas razones, todo empezó a desmoronarse cuando la Liga dobló la esquina. El equipo, compuesto en una parte importante por canteranos sin experiencia y elaborado sin inversión económica, se debilitó en el mercado de invierno por culpa de la pésima gestión de la dirección deportiva y se empezaron a abrir las primeras grietas entre Serra y Laudrup. Aún así, el equipo parecía a salvo con muchas jornadas de antelación y alcanzó la barrera de los 44 puntos a falta de dos encuentros. Sin embargo, no supo liquidar el problema en su visita al estadio de un condenado Almería y llegó al choque definitivo expuesto al fracaso, pero con un colchón notable (era 13º en la clasificación y estaba dos puntos por encima de la roja).

En pleno cierre de campeonato, el Mallorca empezó a temblar y se vino abajo como un castillo de naipes ante un Atlético sin nada en juego. Agüero, que cerraba su ciclo como colchonero, se largaba con un hat-trick y dejaba a los isleños a expensas de lo que ocurriera en Riazor. Afortunadamente, un gol de Aritz Aduriz y la posterior sentencia de Soldado evitaron un epílogo trágico. La pesadilla de aquella noche no se ha borrado del todo, pero sí se ha utilizado para alimentar la creencia de que la salvación es posible-