.El Rey Juan Carlos consuela al entrenador del Real Mallorca, Hector Cuper , al finalizar la final de la Copa del Rey que conquistó el F.C.Barcelona por penaltis. | Efe

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El próximo 29 de abril, justo cuando alcance el reloj las 21:00 horas, se cumplirán 20 años del inicio de la final de la Copa del Rey que el Mallorca jugó ante el Barcelona en el estadio de Mestalla. La historia no por repetida deja de tener su punto de emoción, de nostalgia, de deseo imposible, ese deseo que motiva a pensar que algún día, cuando veamos otra vez las imágenes del lanzamiento del penalti de Stankovic, ese maldito balón se meta dentro de la portería de Hesp y no fuera. 20 años después los mallorquinistas tienen clavado en su cabeza el ruido que hizo el balón al estrellarse contra la valla publicitaria, tiene en sus ojos cómo Stankovic se llevaba las manos a la cabeza y se tendía sobre el césped.

Un imposible
En ese momento el Mallorca perdió la Copa porque después la tanda ya se convirtió en un imposible, en un Everest donde se estrelló finalmente Eskuza. La Copa se perdió, pero el club, el equipo y la afición, ganaron mucho. Se consolidaba una generación de mallorquinistas que hacía mucho tiempo que no se sentía importante en el panorama futbolístico español.

Culminaban el equipo y el club un primer proyecto que arrancó diez meses antes con muchas más dudas que certezas. Llegaba Cúper, un desconocido para la mayoría de aficionados y el club confeccionaba una plantilla con un buen puñado de nombres, pero también de incógnitas.

La cosa empezó a rodar, a funcionar, la gente no dudó en identificarse desde el minuto uno con el equipo, el cuerpo técnico y los jugadores. Todos ellos demostraron tener una calidad asombrosa desde el punto de vista humano y futbolístico. Fue pasando el tiempo y ese equipo ganó y ganó y volvió a ganar y quedó arriba en la Liga y finalista de la Copa. Otra final de Copa.

La primera
La primera había sido en el 91 cuando, también de forma injusta, se disputó una final en la ciudad de uno de los participantes. Madrid. Cómo no. El Atlético jugaba como en casa. Se compitió y se cayó en la prórroga. En Mestalla también se cayó, también en la prórroga. El Mallorca terminó con 9 por expulsión de Mena y Romero, pero casi terminó con 7 porque Amato y Stankovic acabaron rotos. Fue una final épica, una lucha desigual como la de Leónidas y sus 300 valientes ante los ejércitos persas.

Para añadir más dificultad al ya de por sí titánico escenario, muchos aficionados llegaron tarde al encuentro por culpa de una huelga de transportes que casi dejó sin final a centenares de mallorquinistas. Por eso esa final en la historia del Mallorca tiene un reconocimiento, una estima y unos condicionantes que la hacen especial. Más que la de Birmingham, más incluso que el triunfo en Elche en 2003. Porque en Mestalla se dio a cabo una lucha desigual por el triunfo. Ganó el Barça una Copa más que quedó incrustada en su océano de títulos. Posiblemente muchos seguidores del FC Barcelona serían hoy incapaces de recitar de memoria el once titular que esa noche jugó y ganó la final. Pero los mallorquinistas pueden decir de carretilla el once, el banquillo y hasta los que se quedaron en la grada. Ahí está la diferencia.

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La Copa voló a Barcelona, pero los jugadores del Mallorca se llevaron los honores por firmar un partido épico y entraron en la leyenda del club. En esa época la gran motivación de los grandes era ganar títulos y la gran motivación del Mallorca era ganarle a los grandes y cuando esto sucede siempre tienes a tiro agarrar una Copa.

Larga etapa
En esa temporada se abrió una larga etapa donde el conjunto bermellón se acostumbró y mucho a ganar a los grandes, incluso llegó a humillarlos. Cuando fuimos los mejores en las calles se respiraba mallorquinismo a raudales y esa final de Copa sirvió para que se generara un ambiente que empezó a forjarse dos años antes cuando Bartolomé Beltrán inyectó mallorquinismo en vena a una afición que asistía al cambio de era que marcó el fútbol de las televisiones al fútbol hasta ese momento conocido.

El club se subía al carro de la modernidad y la sensación de vivir un sueño se iba acentuando semana a semana. El Mallorca tenía jugadores de la talla de Carlos Roa, Iván Campo, Engonga, Olaizola, Romero, Valerón, Stankovic, Mena, Amato…y cuando necesitaba fichar acudía al mercado de invierno y fichaba bien: Ezquerro e Iván Rocha por ejemplo.

Todo salía bien porque las cosas se hacían bien y porque en el club se concentró un grupo de profesionales en todas las áreas de un perfil muy alto. Bartolomé Beltrán era el catalizador energético del proyecto y se apoyó en hombres como Mateu Alemany, ahora en el Valencia; Pep Bonet, el mejor secretario técnico y director deportivo del club; Ramón Servalls, la cara visible hacia el exterior que ofrecía distinción y señorío; Joan Frontera, el jefe de prensa que llevó a cabo una labor extraordinaria bregando en un frente y otro; Toni Tacha, el encargado de seguridad que a su vez era el que más sabía del club y de los pormenores para resolver problemas; Tomeu Serra, el jefe de la cantera y que también creó un equipo de trabajo que dio muchísimos frutos; Miguel Garro, al frente de la Federación de Peñas, un hombre con carisma, con carácter y con un corazón que todo era bondand. Sin olvidar gente de club en todas las esferas desde directivos como Tito Rotger, Alvaro Delgado, Joan Buades, Guillem Coll, Antoni Calafat, Guillem Reynés…personas que permitían al club disponer de una solidez administrativa que daba confianza.

Pere Terrasa, un ejecutivo que empezó desde cero para aprender como nadie los engranajes del fútbol; Toni Tugores en el césped manejando con maestría los hilos; Tomás Jaume, un histórico directivo que sabía solucionar los problemas antes de que estos se presentaran. Cesar Mota, Jaime Pedrós, Luis Martín, José León, Juan Antonio Martorell, Joan Roig, Damià Amer, Pedro Colombás…se hace imposible resumir en unas líneas los nombres que fueron engordando el círculo del Mallorca y que cada uno en su área llevaba a cabo un trabajo imprescindible.

Fue esa conjunción de mallorquinismo, de pasión por el club, de trabajo impagable, de juntar granos de arena día a día que permitieron que el club creciera en lo social, deportivo y económico. El 29 de abril de 1998, toda esa conjunción de positivimos, de personas que ese año sí, remaban todos en la misma dirección, permitieron llegar a disputar una nueva final de Copa. Fue nuestra final.

El trofeo se fracturó en manos de los jugadores del Barcelona. Fue un símbolo del destino porque esa Copa no quería un solo vencedor, no al menos el Barcelona. Ese partido está en los corazones de todos los que ese día y ese año miraron al escudo del Mallorca y lo sintieron más que nunca pegado a su piel. Fue la noche en la que se perdió un trofeo, pero se ganó un sentimiento. Llegaro más finales y más emociones. Lo de Mestalla fue hace 20 años. Esos tiempos cuando fuimos los mejores.