El defensa del Mallorca, Pablo Maffeo, protege el balón ante el delantero brasileño del Celta, Thiago Galhardo. | CATI CLADERA
No fue un partido de fútbol. Fue algo insufrible, con patadones arriba, balones de playa que parecían un boomerang y la sensación de que hubiera sido mejor no jugar y dejarlo para una mejor ocasión. Porque Mallorca y Celta no pudieron ofrecer nada (o muy poco) a los más de 10.000 valientes que se acercaron a Son Moix. Porque el partido estuvo condicionado por las fuertes rachas de viento, en algunas fases del encuentro huracanados, y bastante tuvieron bermellones y celtiñas con intentar controlar el esférico. Hubo saques de puerta que apenas salieron del área y despejes desde la defensa que el viento a favor convirtieron en veneno para el enemigo.
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