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Un histérico desenlace abortaba otro final feliz en Vallecas y aplazaba esa gran ronda de tequila que Javier Aguirre habría pedido para todos después de lo que se dijo sobre él, sobre su propuesta y sobre el equipo hace tan solo una semana. Entre RDT —pasó de ser expulsado a forzar un penalti decisivo— y Melero López alteraban el destino del partido en el minuto ciento y pico, dándole un bofetón de realidad a un Mallorca que en la sala de prensa prefiere mantener la compostura ante LaLiga y los árbitros. El entrenador, sin ir más lejos, pasa palabra. Y a excepción de algún futbolista en concreto, solo algunos de los accionistas norteamericanos se atreven a protestar a través de las redes.

Si se trata de hablar solo de fútbol, es verdad que el Mallorca de Aguirre está cada vez más cerca de ser lo que era. A falta de que todas las piezas encajen, el equipo va recuperando la intensidad y el orden y funciona mucho mejor a nivel coral. Mientras Sergi Darder afina los violines —firmaba un segundo tiempo magnífico con el que soterraba los errores iniciales— y Rajkovic cambia el candado de la puerta —en los tres últimos partidos ha recibido nueve goles—, la escuadra balear empieza a reconocerse a sí misma. Que no es poco.