Trece títulos después y numerosas gestas en la pista, han acabado por conquistar a un público que, allá por 2005 veía desembarcar a un jugador de otra era, vestido como un pirata, con las mangas recortadas y el gesto agresivo y que no fue acogido con placer. Nadal revolucionó muchos aspectos del circuito y, sobre todo, aportaba en la pista un descaro poco visto. El público lo acogió con frialdad, cuando no animadversión. No gustan los jugadores que aplastan a sus rivales porque, entre otras cosas, acortan los partidos. Rafa, que por entonces apenas hablaba ni inglés, fue cortejando a los franceses. A medida que sus gestas reinaban en la pista, el tenista fue dejando caer frases en su idioma, siempre tuvo palabras de agradecimiento al público. Incluso cuando aplastaba a su ídolo local, Richard Gasquet. Durante años, la relación con el público estuvo marcada por la preferencia que los franceses reservaban al suizo Roger Federer, víctima propiciatoria de Nadal. No es la mejor manera de ganarse al público.
Con el tiempo, a medida que Nadal iba amasando títulos, el público pedía aire fresco, un ganador diferente y no dudaban en apoyar a los rivales del español. «Al principio costó más», reconocía hace unos años Nadal, que recordaba que en 2009, cuando sufrió su primera derrota frente al sueco Robin Soderling, le faltó algo de respeto de la grada. Nada de eso perturbó al jugador, que siguió dejando caer frases en francés y prosiguió con su forma de ser, humilde, sin protestas en la pista. Los aficionados han acabado por darse cuenta de que asisten a un momento excepcional de la historia del torneo, un tenista que, como nadie, ha sabido adaptarse a las condiciones y elevar el nivel a límites nunca antes alcanzados. Se han dado cuenta de que viven un momento histórico. «El público aprecia la historia que tenemos en este torneo. Saben que para mi es el torno más importante de mi carrera, que he tenido un comportamiento adecuado en todos los sentidos, a nivel de lucha y a nivel de quejas», explicó.
«Aprecian el esfuerzo que llevo haciendo todos estos años, que he dejado todo aquí. Para mi significa mucho, es muy emocionante», agregó. Nadal deja caer en cada comparecencia que su final se acerca y esa perspectiva tiñe de cierta nostalgia a su relación con la grada. El tenista, que en el pasado torneo de Roma aseguraba que tiene un problema en el pie que le hace sufrir, ha logrado dominarlo para este Roland Garros. Pero, tras su torneo favorito, todas las opciones están encima de la mesa. Promete hablar cuando acabe su participación y entonces se acabará el hermetismo que viene rodeando su estado de salud. Por ahora, la grada tendrá, al menos, una nueva oportunidad de aclamarle. Será el día de su cumpleaños, en la semifinal contra el alemán Alexander Zverev, otro jugador que entra bien en el personaje del malo de la película.
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