A pesar de ello, el resultado final del ejercicio ha arrojado un resultado positivo, tal y como demuestra el hecho que el valor añadido bruto no agrario de Balears ha aumentado un 8,9% (vs -23,6%) en el conjunto del año, claramente por encima de la media española (5% vs -10,8%, 2020) y europea (5,3% vs -5,9%, 2020). Si bien es cierto que este resultado incorpora el efecto base derivado de las variaciones interanuales negativas anotadas el año pasado, coincidiendo con el momento más álgido de la pandemia, es preciso poner relieve dos aspectos que han marcado sobremanera la trayectoria anual.
En primer lugar, la notable capacidad de adaptación de los actores regionales a una realidad altamente cambiante, que ha mantenido la incertidumbre en cotas altas todo el año. Así, ola tras ola, al mismo tiempo que se completaba la campaña de vacunación y la letalidad del virus parecía moderarse, las consecuencias negativas sobre la actividad y el empleo se han ido limando, especialmente a partir del segundo trimestre, momento en que la economía inició un proceso de recuperación y posibilitó la reapertura de una estructura altamente terciarizada, donde el contacto cara a cara es fundamental. Todo ello ha permitido que la economía balear transitase, día a día, por un proceso de recuperación, técnicamente conocido como ‘fase de expansión’, donde más de la mitad de los indicadores de actividad han evolucionado en positivo e, incluso, se han acelerado trimestre a trimestre.
Y, en segundo lugar, el gran esfuerzo realizado por los actores en reformular sus expectativas y focalizarse en el medio plazo. En el archipiélago esta reformulación, al igual que en buena parte de los países europeos, se ha orientado a asegurar la viabilidad empresarial más allá del corto plazo y, con ella, la preservación en lo posible de las rentas ante la certeza de que la ‘recuperación completa’ será, en todo caso y desde un punto de vista dinámico, difícil de alcanzar.
No en vano, a cierre del año, el marcador crecimiento balear se sitúa todavía alrededor de 15,5 puntos porcentuales por debajo del nivel de actividad prepandemia, claramente por encima del gap observado a nivel nacional (6,5 puntos) y en claro contraste con EUA, que ya situó la actividad por encima de los registros prepandemia en el primer trimestre, o de la UME que lo consiguió en el cuarto trimestre.
Esta asimetría, ocurre, además, en un contexto en que siguen persistiendo importantes condicionantes que derivan de los cuellos de botella en los mercados globales de determinados productos, al tiempo que las tensiones inflacionistas aumentan de la mano de la espiral al alza de los precios de la energía, así como de los nuevos focos de riesgo surgidos en torno al recrudecimiento a finales del año de la situación en Ucrania.
Lo cierto es que, durante los últimos meses del ejercicio, los precios han tendido al alza en una escala global, empujados por la espiral de la energía, en un mano a mano entre el petróleo y, especialmente, el gas. Por lo que al primero se refiere, el barril de Brent ha cerrado el año a un precio de 74,70 dólares el barril, que supera en un 48,8% el registrado doce meses atrás. Partiendo de esta situación, el índice de precios al consumo ha repuntado en las islas hasta el 6,5% en diciembre, una tasa que lega un balance anual del 3,3% que no se conocía desde 2008. A estas alturas del proceso inflacionista, la afectación del núcleo duro al cierre del año refleja ya la traslación del repunte a otras partidas volátiles como son los alimentos frescos (5,5%) e incluso a otras más estables, como son los servicios, especialmente relacionados con la vivienda (22,5%) y los alimentos elaborados (4,3%).
Con este comportamiento de fondo, no deberían extrañar las distintas aproximaciones que los respectivos bancos centrales –la Fed y el BCE– parecen estar perfilando frente a la lucha contra las tensiones inflacionistas y, en este sentido, el timing y los distintos grados de cautela a la hora de ir retirando los estímulos que han fundamentado el éxito de la política monetaria expansiva de los últimos tiempos.
De hecho, los principales organismos internacionales reconocen, respecto a esta cuestión, que la economía global y, de manera generalizada, los distintos bloques económicos han entrado en 2022 con una posición más débil de la esperada. Así las cosas, el Fondo Monetario Internacional (FMI) ha reconsiderado, nuevamente, las previsiones de este ejercicio restando cinco décimas al crecimiento mundial (4,4%). Esta misma tónica se ha aplicado a los marcadores de la zona del euro que, previsiblemente, se acercarán a los de la economía norteamericana (3,9%). Particularmente, el crecimiento de la economía española se ha reconsiderado, al encajar una rebaja de 0,6 puntos porcentuales en su previsión de crecimiento para 2022 (5,8%).
En este contexto, no se puede obviar que los riesgos a la baja que afectan al devenir de la economía balear ya no se ciñen únicamente a las inseguridades de la COVID-19, pues el proceso de vacunación ha rebajado sensiblemente la afectación de la actividad real.
Sin embargo, las tensiones que persisten en las cadenas de aprovisionamientos, así como el encarecimiento de las materias primas y la energía prometen ejercer un impacto más allá de las expectativas, con una probabilidad significativa de interferir en el proceso de recuperación. Precisamente, estas cuestiones se ven altamente agravadas, desde el pasado 24 de febrero, por la invasión rusa en Ucrania, un acontecimiento que abre nuevos y numerosos interrogantes en cuanto a amplitud y magnitud del impacto, aspectos difícilmente predecibles en esta fase del conflicto.l