Rocío Bueno cambia el pañal de Ander ante la mirada de una enfermera. | Emilio Queirolo

Nadie espera que en la semana 31 de un embarazo unas fuertes contracciones desemboquen en un parto pero cuando Rocío Bueno llegó a Son Llàtzer apenas tardó media hora en ver nacer a Ander. «Venía de nalgas y había que sacarlo. De repente había una nube de gente quitándome los pendientes, la ropa... En un momento estaba en quirófano», cuenta. Era el 17 de septiembre. Ander pesó 1,6 kilos al nacer. Han tenido que pasar dos meses y engordar dos kilos para que, justo este viernes, en el Día Mundial del Niño Prematuro, le den el alta definitiva y pueda irse a casa.

Que ¿qué sintió aquel día? Un miedo que, aunque amortiguado, todavía hoy la acompaña. «Yo me decía: es muy pequeño». Y los primeros días, «lo veía rodeado de cables». Pese a que está vigilado y «sabes que está en el mejor sitio que puede estar», lo que acompaña a la familia es la incertidumbre. «Los primeros días no sabes nada y hay que esperar, su actividad cerebral era muy baja», relata Rocío. «Una madre nunca se imagina que le alegrará escuchar llorar a su hijo», y es que se trata de un síntoma de activación.

En la unidad de neonatos de Son Llàtzer «me sentí muy arropada», sin embargo es una situación en general no prevista en la que «se te nula todo, piensas que estás en una pesadilla».
Bien lo sabe la supervisora de enfermería, Elena Torrens, que ve pasar a muchos padres angustiados. En esta sección «intentamos ser el mejor útero posible pero aún así nos quedamos cortos», dice.

Lo mejor para una niño prematuro «es optimizar los cuidados en una sola manipulación para tocarlos lo mínimo». En esta unidad apenas hay luz, no se hace ruido y todo se controla con monitorización.

Entre incubadora e incubadora, se ven a los padres haciendo turnos para el piel con piel. «El método canguro es el que más se asemeja al vientre materno y con él reducimos los factores estresantes que podrían desestabilizar neurológica o emocionalmente a los bebés», explica Torrens.

Los prematuros se dividen en tres tipos: los extremos, con menos de 28 semanas; los intermedios, o los tardíos (desde la semana 34 a la 37). «Cuanto más tiempo esté el bebé en el útero materno mejor es el pronóstico».

En la unidad se va haciendo el seguimiento de los niños, evaluando su motricidad, viendo si cumplen con los parámetros normales de su edad, si pueden activar la relevante lactancia materna y si necesitan fisioterapeuta.

En general ésta no es una especialidad reconocida pero sí se trabaja en Son Llàtzer donde Isabel Gil relata una gran cantidad de necesidades tanto a nivel motor, con movimientos pasivos, como en la lactancia «porque muchas veces es por sonda y en la transición al pecho materno les podemos ayudar a ganar fuerza», como a nivel respiratorio, porque tienen afectación a nivel de madurez. Su trabajo no sólo incide «sobre la salud de los canijos», también «ahorramos dinero y días de ingreso».

La pediatra Irene Pomar explica que los factores de un nacimiento antes de tiempo pueden ir desde un parto provocado por la salud de la madre o a una infección de fondo que lo cause. Cuando se espera que pase «trabajamos con los padres desde el principio», advierte.