El escritor y filósofo madrileño Amador Fernández-Savater advierte en su último trabajo de la «'sordera libidinal' de la izquierda» ante el malestar de la sociedad, auténtico caldo de cultivo de la nueva derecha, una sordera entendida como «insensibilidad con respecto a los climas afectivos, una dificultad para escuchar lo que no te da la razón, lo que no se entiende ni se reconoce dentro de las categorías clásicas del progresismo», con las 'tractoradas' como ejemplo.
En 'Capitalismo libidinal. Antropología neoliberal, políticas del deseo, derechización del malestar' (Ned Ediciones), Fernández-Savater expone que «hay un malestar social legítimo que se extiende, fruto de las políticas de precarización y presión al rendimiento, pero que la izquierda no sabe recoger».
«O la izquierda se reinventa radicalmente, planteando un verdadero desafío a las lógicas capitalistas, o todo el malestar seguirá siendo caldo de cultivo de una nueva derecha que ha aprendido a sintonizar con el dolor y el resentimiento» pero «para ponerlos al servicio de políticas que lo intensifican», ha vaticinado.
Preguntado sobre si cree que el neoliberalismo ha dado pasos de gigante desde los años posteriores al 15M, Fernández-Savater ha constatado, al estar en contacto con chicos y chicas de 14, 15 años, «hasta qué punto sufren también el malestar por la presión al rendimiento», ya sea con los exámenes, las extracurriculares, las redes sociales.
En definitiva, hablan «de las mismas cosas» que la gente de su entorno de más de 40 años, lo que demuestra que el neoliberalismo «ha cambiado, desde hace ya más de tres décadas, la misma definición de lo que significa ser humano». «En mi adolescencia no estaban presentes palabras como estrés, medicación, terapia», ha remarcado.
Con el 15M como referencia temporal, Amador Fernández-Savater ve claro «que la crisis económica permanente desde 2008, sumada a las nuevas guerras y a la emergencia climática, suponen un relanzamiento del neoliberalismo, al mismo tiempo que una constatación de sus límites, tanto físicos, psíquicos como biológicos». «La cosa no se aguanta, ni nuestros cuerpos, ni el lazo social, ni la propia tierra», ha subrayado.
Y de ahí emergen tres respuestas posibles, empezando por «el negacionismo de la derecha, que no ve los límites, sigue como si nada, encontrando chivos expiatorios entre los más pobres». La segunda se identifica con la gestión de la 'izquierda oficial', con «políticas de mera contención, de amortiguamiento, pero sin cambio de paradigma».
La tercera corresponde a lo que ha considerado «una bifurcación histórica, un nuevo proyecto civilizatorio arraigado en otra sensibilidad, receptiva a los límites y la vulnerabilidad».
En 'Capitalismo libidinal', Fernández-Savater plantea que se puede utilizar ese malestar para catapultar la transformación social y que para hacerlo se necesitan «nuevas políticas de deseo» en un contexto donde todo es mercado.
"El malestar es ambivalente, puede caer de un lado o de otro. ¿Vamos a seguir igual, encontrando culpables exteriores de lo que nos pasa? Es la opción derechista. ¿Vamos a gestionar lo que nos duele, con un poquito de medicación y terapia, pero sin detectar las raíces del mal? Es la opción progresista. ¿Vamos a interrogar el malestar y el sufrimiento, buscando ahí pistas para entender lo que nos pasa y buscar salidas, cambios personales y colectivos? Es la opción de las 'políticas del deseo', ha expuesto.
Salir de la rueda de hámster
Las políticas del deseo, identifica el autor de 'Capitalismo libidinal', «pasan por un desplazamiento, por salir de los mecanismos que hacen sufrir y que están interiorizados» como, por ejemplo, la presión al rendimiento, la competitividad, la exigencia de perfección o de control.
«Es una política exigente porque nos requiere cambios personales, cambios de sensibilidad, aprendizajes. Pero al mismo tiempo son prácticas que nos fortalecen, que nos vinculan a otros en proyectos comunes, que nos sacan de la rueda del hámster», ha descrito.
Se trata de políticas «que no juegan en la cancha del adversario», esto es, «la guerra comunicativa, la política de poder, la disputa partidaria», sino «que crean sus propia cancha desde la que se puede intervenir en los asuntos comunes, hablar con quienes no son como uno pero desde una autonomía, una voz propia, un tiempo propio».
"la relación ansiosa con el tiempo"
Y va más allá, se trata de ir a «un cambio en el deseo, la apuesta por otras formas de vida: no sólo menos trabajo y más descanso, sino otra manera de trabajar y otro ocio».
«La relación ansiosa con el tiempo, con un tiempo que nunca parece suficiente, es una señal evidente de la presión al rendimiento», completamente interiorizada. «No hay tiempo, no sólo por la precariedad y la aceleración tecnológica, sino porque quiero, necesito y deseo siempre más. La insatisfacción es de fondo, un vacío de sentido y deseo propio sobre el cual aceleramos hacia ningún sitio», ha argumentado.
Por supuesto «que se necesitan políticas que frenen, que atenúen, que interrumpan la presión de la precariedad y del rendimiento, que generen abundancia de tiempo y recursos frente a la escasez artificial del neoliberalismo que empuja a la guerra de todos contra todos».
Pero también «la política puede tener una dimensión terapéutica», matizando que no se refiere a «la política de los políticos» porque es todo lo contrario, «una trituradora de carne». «Todos mis amigos de la 'nueva política' están medicados y en terapia», ha afirmado.
Fernández-Savater se está refiriendo a «la práctica colectiva en torno a algo que afecte en la vida», como «el barrio, el trabajo, la naturaleza», esto es, «juntarse, pensar con otros, crear sentidos y deseos nuevos, otras formas de compromiso, porque desplegar un Eros creador y cuidador del mundo puede tener un efecto sanador».
8m
A menos de una semana para el 8M, y preguntado sobre si la mirada feminista también ha tendido a la derechización, el autor remarca que el feminismo «es una revolución de paradigma cuyos efectos aún están por producirse». Pasa por «poner la vida en el centro, pensar y ejercer la vulnerabilidad como potencia, hablar y vivir desde la fragilidad fuerte del cuerpo» mientras «propone un principio de realidad completamente opuesto al principio de rendimiento actual, esto es, la carrera de ratas, el codazo al de al lado, el sacrificio de los más débiles».
Advierte que todos los movimientos, incluido el feminismo, «siempre corren el peligro de la cristalización identitaria, recaer en una identidad, hablar desde la superioridad moral, desde las pasiones tristes del deseo de venganza, de juicio y castigo», lo que «impide una política de lo común» al «cultivar potenciales, no identidades».
«Por suerte, dentro del feminismo hay mil grupos e iniciativas conscientes de esto y que luchan contra ello. Es un movimiento que históricamente ha sabido, quizá el que ha sabido mejor, hacer con la diferencia, habitar la complejidad y el conflicto. El potencial del feminismo aún va a rendir muchos frutos hermosos en términos de igualdad y emancipación. Eso preocupa a quienes desean apuntalar la productividad sin freno como principio rector del mundo, los progresismos retóricos y las derechas negacionistas y agresivas», ha concluido.
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