Joan Benedetta Foster tenía poco más de dieciséis años cuando posó
para Archie Gittes, enfundada en un vestido azul que hizo historia.
De esas sesiones, que la pintora inglesa recuerda «muy
entretenidas», nació «María Magdalena s. XX», una pintura que
levantó una gran polémica en la Mallorca de 1940. El artista
americano, de quien se puede ver una gran antológica en la planta
noble del Casal Solleric, se vio forzado a cambiar el titular de la
obra por un mucho menos comprometido «Vestido azul».
Quien fue esposa del pintor mallorquín Juli Ramis, madre de sus
cuatro hijos y cuñada de Archie Gittes, no es mujer nostálgica.
Joan B. Foster, a sus 86 años, asegura tener un presente tan
intenso que pocas veces, casi nunca, mira hacia atrás. Aún así,
cuando, en una visita a la exposición de Archie Gittes, se le
pregunta por sus vivencias pasadas, demuestra conservar una memoria
espléndida.
«Tengo un gran recuerdo de Archie Gittes. Era el marido de mi
hermana Cicely, diez años mayor que yo, compositora, que ahora vive
en San Diego. A Archie le conocí en Londres, cuando yo estaba en un
internado de monjas. Durante unas vacaciones, vine a Mallorca para
visitarles. Y entonces posé para él. Decía que yo le inspiraba»,
asegura Joan B. Foster. La mujer que protagoniza la obra «María
Magdalena s.XX» era una muchacha bellísima, de una exuberante
adolescencia. Han pasado casi 70 años desde que el pintor la
retrató y, aun así, ella recuerda que «era muy divertido posar para
Archie. Era un hombre alegre, en absoluto complicado, muy simpático
y espontáneo. Mientras pintaba, le escuchaba cantar espirituales
negros. Tenía una voz fantástica».
Al preguntarle si la pintura quería ser un revulsivo para la pía
sociedad mallorquina, Joan B. Foster responde: «No creo. Archie no
era precisamente un intelectual, nunca se complicó la vida. El
crucifijo lo pintó porque yo era una muchacha de familia muy
católica, que llegaba del internado y, además, de joven, fui
creyente convencida. Después cambié». Dice no haber vivido las
presiones sociales hacia esa obra: «Yo ya había regresado a
Londres. Supe que la gente se había indignado por ese cuerpo que
Archie pintó tan sensual, por el crucifijo y por el nombre de la
pecadora María Magdalena. Pero nunca le di importancia. Lo que sí
recuerdo muy bien es que compré ese vestido azul en Londres, y que
fue el primero que pagué de mi bolsillo».
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