La abstracción ha sido un campo experimental en el que muchos
pintores se han adentrado en un momento dado, para alejarse después
y desarrollar un trabajo que poco o nada tenía que ver con ella. El
caso de Ramon Canet (Palma, 1950) resulta en este sentido
excepcional, puesto que después de unos lógicos inicios en la
figuración, el pintor abraza "con poco más de veinte años" el credo
de la abstracción, en cuyo ámbito ha desarrollado la totalidad de
su producción.
A lo largo de casi treinta años, han sido varias las etapas por
las que su pintura ha ido atravesando, con unos planteamientos
nítidamente definidos en cada una de ellas. Sin embargo, el pausado
recorrido que el excelente montaje de la muestra propicia, permite
apreciar la coherencia y el rigor existente en la concatenación de
fases distintas. Se diría que Canet se ha empeñado en pintar una
única obra, pero siempre de manera distinta, ejercicio mucho más
saludable que el practicado por otros pintores, obstinados en
pintar obras diferentes, siempre del mismo y aburrido modo. Así, el
pintor se ha sentido seducido por la frescura del gesto, por la
contundencia del color, por el rigor constructivo o por las
calidades texturales, pero a menudo casi todos estos principios
convergen en una misma pieza, aunque en determinados momentos unos
han predominado sobre otros.
En cualquier caso, nada en esta pintura aparece como fruto de la
casualidad, y se intuye el largo trabajo detrás de cada una de
estas obras de aparente sencilla ejecución. La retrospectiva
"además de conocer en profundidad una sólida trayectoria" revalida
a Canet como uno de nuestros más personales y potentes
creadores.
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