Costa Nord se quedó pequeño para la clausura del programa que nos
trajo la música de nuestra anfitriona más querida y afamada. Maria
del Mar Bonet, junto con el Ensemble de Musique Traditionnelle de
Tunez, despedía, con la acogida popular que se merece, un programa
creado desde la coherencia y la calidad musical que, después de
adentrarnos en un flamenco «distinto» y presentarnos las
vanguardias contemporáneas, ha recalado en esa riqueza sonora de la
cuenca del nuestro Mediterráneo. Una salvedad, ese The Golden
Gospel Singers que, aunque multitudinario y exitoso, quedaba
conceptualmente descolgado.
El contraste entre el blanco de la indumentaria del Ensemble
tunecino y el negro de Maria del Mar y su acompañamiento, perdió el
antagonismo para convertirse en complementario a través de la
música. Un contraste unido a través de una simbiosis fuertemente
aplaudida por un público maduro y en el que pudimos ver un buen
número de caras conocidas de nuestro entorno cultural, aunque el
político no obtuviera el mismo eco.
La velada transcurrió por los cánones de la normalidad más
establecida y cercana a esa corrección que ha gobernado en el
transcurso del programa a lo largo de todo el verano. Costa Nord
esgrimió nuevamente esa elegancia acostumbrada para el broche de
clausura a unas Noches Mediterráneas en la que la cantante contó
nuevamente con ese aforo máximo que ronda las quinientas personas.
Una noche que, siendo la más nuestra, mantuvo con creces el nivel
musical, sin ser necesariamente la más interesante.
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