Con casi treinta años de rock a sus espaldas, Elliot Murphy conoce
los entresijos de su profesión a la perfección. Así es imposible
quedar decepcionado. Y eso fue lo que ocurrió el pasado viernes en
la sala Sonotone, donde los más de 200 espectadores que se dieron
cita con el rockero americano se deleitaron con su propuesta
intelectual y llena de genio, una opción extraordinaria al rock de
carretera de Bruce Springsteen y que recuerda mucho a Bob Dylan.
El público empezó frío, más pendiente de las evoluciones de su
ídolo en el escenario que de moverse al ritmo de «The Day After
Valentine's Day», «Little Red Rooster» o «I Wish I Was Picasso»,
canciones incluidas en su extraordinario último disco, «Rainy
Season (El Diluvio)». Pero pronto la sala empezó a echar humo con
los eléctricos duelos guitarrísticos entre Elliot Murphy y el
siempre inspirado Olivier Durand, que junto a Kenny Margolis (ex
teclista de Willy DeVille) al Hammond B3 y al acordeón fueron el
único acompañamiento del neoyorquino en el último concierto de su
gira española.
Los ánimos terminaron por encenderse con sus vibrantes versiones
de «Walking on the Wild Side» y «Gloria». Resultó inevitable que
los asistentes exigieran bises para alargar esos mágicos momentos
junto a un artista que ha demostrado ser una estrella sin plegarse
a las férreas directrices de la industria discográfica.
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