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Su historia ha sido trágica y cruel porque, entre sus paredes, languidecieron y sufrieron prisioneros de varias guerras, algunos tan célebres como el intelectual ilustrado Melchor Gaspar de Jovellanos. Las piedras del Castell de Bellver esconden retazos de vidas grabadas en las paredes, como han ido revelando la limpieza y restauración de la Torre de l'Homenatge. En ellas, los presos dejaron sus nombres y apellidos y sus sueños de libertad, con el mar como horizonte, dibujando barcos y tripulaciones. Ahora, la rehabilitación ofrece nuevos datos. Grafitos a ras de suelo y restos de argollas de hierro oxidado a muy poca distancia del mismo. Quienes allí investigan aseguran: los prisioneros vivían encadenados.

Su estancia en Bellver queda reflejada, básicamente, en testimonios fechados en 1714, coincidentes con el fin de la Guerra de Sucesión, y comienzos del XIX, durante la Guerra de Independencia. Magdalena Rosselló, directora del castillo y coordinadora del proyecto, señala: «La historia trágica de Bellver necesita que se reivindique; en general, vemos el castillo como un lugar turístico donde llevar a los amigos que vienen de fuera o asistir a alguna actividad lúdica. Pero no debemos olvidar que el castillo, que nació como palacio y lugar de recreo, casi no cumplió esta función. Lo que sucedió entre sus muros fue muy cruel y, hoy, todos estos descubrimientos confirman su historia trágica». Bellver fue una prisión muy dura, asegura todo el equipo de trabajo, en el que figuran las restauradoras Margarita Aguiló, Marta Pérez, Isabel Adrover, Maria Carbonell y la historiadora del arte Elvira González, experta en grafitos.

Barcos, cruces, nombres y apellidos, cañones, figuras humanas y hasta el dibujo de dos castillos con foso es lo que se ha descubierto en los muros de la sala inferior de la torre, donde trabajan estos meses, para completar un conjunto de grafitos que ya habían ido saliendo en las primeras fases del estudio. Están dibujados a trazos incisos, la mayoría, o pintados a carbón vegetal y almagre (óxido de hierro). También se han hallado varios puntos de hierro, equidistantes entre sí, a una altura de unos 30 centímetros del suelo. «Son cabos que estaban tapados con mortero y todo hace pensar que se trata del remate de la argolla a la que enganchaban las cadenas de los presos». Por debajo de estos cabos, y tocando el suelo, continúan las inscripciones que cubren el lienzo de muro de toda sala. Las conclusiones de Elvira González permiten suponer que hacían estos dibujos tumbados, con una movilidad limitada por las cadenas.

Los resultados del análisis de esta sala serán editados, como ya ocurrió con los de las tres investigadas en 2000, publicadas en el volumen «Bellver 1300/ 2000, 700 anys del castell», editado por el Arxiu Municipal de Palma. Las restauradoras siguen un «criterio arqueológico de respeto a todos los trazos», porque también se han hallado inscripciones a lápiz en las capas superiores, que van de 1931 hasta 1987, donde la huella es de turistas incluso anteriores a la Guerra Civil, tiempo en el que se cerró el castillo, y hasta de parejas de novios de los sesenta. «Todo tiene su importancia y, en principio, vamos a conservar los trazos incisos sobre mortero original aunque sean de distintas épocas», aseguran. La filosofía del tratamiento pasa por «criterios de mínima intervención, reversibilidad y legibilidad de la obra».