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Muchos y muy guapos. La 46 edición de los Premis Ciutat de Palma, una fiesta de la cultura, como le gusta decir al alcalde Joan Fageda en su discurso, fue más culta que nunca. La sombra de s'Arruixada no se cernió sobre la gala de entrega de galardones. Fue una sorpresa ver a tanto representante de la cosa creativa, tanta como el glamour de las concejalas o la presencia de casi toda la oposición municipal, ausente en 2001. En Cort algunos deben estar relamiéndose de gusto, aunque esperemos que el éxito no les deslumbre.

Faltaron dos de los premiados, el poeta Manel Ollé y el artista plástico Domingo Sánchez Blanco, que no pudieron llegar a tiempo desde sus respectivas localidades, Barcelona y Salamanca, debido a que el fallo de los jurados fue pocas horas antes de la cena. La gloria se la llevó en solitario el escritor mallorquín Sebastià Alzamora, ganador del premio de narrativa con su segunda novela, muy ilusionado, contento y nervioso. El joven narrador llamó la atención por su modelo años setenta, muy super disco fashion, un traje de color tostado, camisa verde oscuro y enormes cuellos de la época en la que su mentor, Damià Pons, lucía pantalones de campana.

En la cena repitieron los que estuvieron el año pasado, consecuentes con una actitud que les ocasionó muchas críticas. Acudieron muchos de los que, entonces, desertaron y también quienes mantuvieron una actitud ambigua. Otros manifestaron con su ausencia que siguen manteniendo discrepancias con la gestión cultural municipal. Muy acertada la invitación a los artistas jóvenes, porque son el futuro, pero fatal el protocolo que les situó en el rincón más alejado de la sala, como si aún no se les concediera mucha importancia. Había buen ambiente en la Escola d'Hoteleria de la UIB y me pregunto qué ocasionó esta presencia contemporizadora de unos y otros. Si fue la causa de la cultura, tan polémica en los últimos tiempos en Ciutat, bienvenido sea el armisticio. Pero, ojo, señores munícipes, no se duerman en los laureles porque por calles y plazas andan unos ciutadans agreujats con el ojo avizor.

Una vez entregados los premios, la cena transcurrió sin obligaciones. Con los discursos ya pronunciados y los parabienes recibidos, se degustó el menú. En la ensalada de berros, muy frescos, y gambas de Sóller, más frescas aún, escasearon las ídem. La faraona rellena y el menjar blanc, excelentes. Cocineros y camareros recibieron un fuerte aplauso. El servicio de las mesas, correctísimo.

En los asuntos más frívolos, los hombres van rompiendo moldes, Citaremos a algunos como ejemplo: los pintores Rafa Forteza, impecable, y Pep Guerrero, rompedor en su combinación de traje gris y jersey de lana gruesa para el resfriado; modernos a tope el escenógrafo Rafael Lladó, Juan Antonio Horrach y Federico Pinya; con un toque muy personal, Pep Pinya, como siempre; Rosselló Bordoy, director del Museo de Mallorca, lució una corbata rosada en tejido brocado de seda que alegró su terno.

Las concejalas se animaron con los vestidos largos, de gala, que siempre vestía en solitario Carmen Feliu, y los escotes. Lis Riera, Maite Jiménez y Maria Antonia Carrasco llevaban impresionantes vestidos que paseaban un poco tímidas. Más sobrio el negro de Maria José Frau, que combinaba con un chal salmón. Maria de la Pau Janer y Magdalena Aguiló, directora del Castell de Bellver, también optaron por tules y gasas muy a la moda. Con la espalda al aire, la comisaria Neus Cortés. La pintora Barbara Juan, muy vintage, escogió unos anchísimos pantalones negros. Y Maria Antònia Munar tuvo días mejores.